Los problemas amenazan en el Matrimonio.


P. Vicente Gallo S.J.

Aunque se tenga muy buena voluntad y se trabaje por llevarse bien en la relación de pareja con amor y en verdadera unidad, pareciera que el espíritu malo está siempre listo para descubrir por dónde introducirse y, después de destruir la intimidad, atentar contra la unidad misma, arruinando el amor matrimonial con los conflictos que inadvertidamente se incuban, ellos solos crecen después, y terminan haciéndose intolerables, acaso logrando la ruptura.

Descubierto un conflicto, y aun sabiendo su causa, hay peligro de que al comienzo del mismo se piense que mejor es soslayarlo, y no se tratará de buscar el remedio. Pero cuando el problema ha llegado a un voluntad muy notorio, puede ocurrir que uno de la pareja o los dos ya no se atrevan a dialogar sobre ese problema ni sobre los sentimientos que por él les acosan. No olvidemos que ha de ser sobre los sentimientos, y no sobre el problema, en torno a lo cuál debe dialogarse para que el problema mismo se resuelva.

Frente a algunos problemas en la vida de pareja, es posible que nunca se quiera dialogar; ni aun sobre los sentimientos que desde ellos se tengan. Hay problemas que, aunque estén presentes, se prefiere no abordarlos. Acaso, porque el tema se considera “muy delicado”: por ejemplo, los abusos que se estén dando en la relación sexual y que a uno le molestan. O quizás porque el tema es para el otro tan “sagrado” que al tocarlo crearía una inevitable pelea, como sería el caso del apego que uno esté teniendo con sus papás en una dependencia todavía infantil. Quizás, también, porque en otra ocasión, cuando abordaron el tema, se pelearon haciéndose muchas heridas. Puede ser simplemente por el miedo de uno puede perder la buena imagen que piensa tener ante el otro y teme perderla si le manifiesta sus sentimientos negativos frente a ese tema concreto que genera el conflicto.

Sin embargo, siempre hay que optar por arreglar cualquier conflicto que haya, y haciéndolo en base al diálogo sobre los sentimientos. Ojalá se haga ya desde que el problema comienza a aparecer, sin esperar a que el conflicto se agrave hasta hacerse difícil su arreglo, sea porque la herida en la relación llegó ha hacerse insanable, o porque el problema se hizo muy enredado pues el asunto llegó demasiado lejos. Es lo que suele suceder, para el mal de la relación y de la pareja, por no abordar con lealtad un conflicto desde los comienzos del mismo.

Ante los problemas que surgen, lo que nunca vale es quedarse heridos, ni en la frustración, como tampoco seguir con las inseguridades en la relación de pareja, efecto del problema ahí presente; ni con el conformismo de que ya se sabía que los problemas en la vida matrimonial son inevitables. Menos aceptable sería el masoquismo de quedarse acariciando las heridas del rencor, que también puede darse.

Siempre hay que recordar que el único modo válido de aclararse en los problemas, buscando arreglarlos, es el diálogo. “Hablando se entiende la gente”. Pero no olvidando que el simple “aclararse” acerca de un problema en base a razonar haciendo luz sobre él, lo arregla poco, y hasta es posible que haga más envenenado el asunto. El diálogo tiene que ser creador de un amor más grande. Lo que arregla la relación deteriorada y la fortalece es el dialogar sobre los sentimientos que uno o los dos tienen ante ese problema.

Al tener un diálogo sobre los sentimientos, ninguno de los dos pueden permitirse la actitud de rechazar lo que el otro le manifiesta que siente. Ni la de pensar que su cónyuge es demasiado sensible y que se siente afectado por cualquier cosa sin importancia. Tampoco le es lícito a quien escucha el pensar que ese sentimiento de su pareja es injusto. El que escucha, tampoco debe quedarse en admitir que quien habla tiene el derecho a sentirse como lo dice, pero queriendo convencerle que tal sentimiento no es para darle tanta importancia y que más razonable sería no sentirse de ese modo.

Quien recibe la confidencia de lo que el otro está sintiendo, lo mejor que debe hacer es mostrarse agradecido por la confianza que se tiene en él, y por el amor que el otro busca es ese diálogo. De esa manera, debe abrir no sólo los oídos, sino el corazón, para entender ese sentimiento en todo su alcance, y comprendiendo que el problema existe sin ser cosa despreciable. A la vez, queriendo él buscar la solución con el mismo afán con que la quiere encontrar su pareja al manifestarse así por la confianza y el amor que cree se están teniendo. Si admite dialogar con él, sea porque no quiere poner en duda la necesidad de sentirse de veras parte del otro para vivir en verdadera intimidad su relación de matrimonio. Por no dialogar, o por hacerlo mal, es por lo que los problemas quedan ahí, los sentimientos que ocasionan en uno siguen envenenando la relación, y van creando acaso una ruptura en el matrimonio, difícil de arreglar después.

Algún ejemplo para aclararlo más. Los hijos, que con tanta ilusión se los trae a la vida y que tanto se acaricia verlos crecer hasta hallarlos un día adultos llegados a lo más y lo mejor que se pudo soñar para ellos, no sólo dan mucho trabajo mientras crecen, sino que con frecuencia en los que será el padre quien pensará que debe afrontarlos personalmente; en otros será la madre quien se vea más llamada a intervenir. Pero siempre el tema de los hijos tocará a los dos por igual, y la responsabilidad sobre ellos deberá ser compartida por ambos en todos los casos o situaciones que parezcan generar conflictos a los padres. Un caso, que hoy día no es raro, podría ser que el hijo esté cayendo en un vicio, la droga, por ejemplo.

Otro caso más sencillo: que un hijo o una hija está teniendo problemas en el Colegio, y de su dirección llegan a casa las amonestaciones. Aunque la educación de los hijos es para los dos un tema sagrado, insoslayable, es frecuente que el papá se arrogue la responsabilidad directa en otros asuntos, mientras que en este se lo deja a la mamá. El padre, por su mucho trabajo y otras cosas, «no tiene tiempo» para preocuparse de todas las cosas. Ella no lo acepta sin más; pero a fin de no crear problemas, se lo oculta todo al esposo. Los problemas están presentes y aún se agravan de esa manera. Llegará un día en que la cosa no se puede ya ocultar, y será necesario encararla abiertamente entre ambos, siendo quizás ya tarde.

Podrá hacerse invitando ella al esposo a tener una reunión entre los dos «para tratar un problema serio». Acaso, aprovechar sin más un momento en el que están los dos juntos y a solas. «Tú dirás», inquirirá el esposo. Y ahí la esposa comienza a contar el problema con detalles que expliquen lo grave de la situación. Es normal que el esposo se haga el enojado porque hasta ahora no había sabido nada del asunto. Ella se disculpará acusándole con un « ¡cómo tú nunca te preocupas de tus hijos en el Colegio! Cuando nos citan para alguna reunión en él, siempre tengo que ir yo sola». Entonces el hombre reaccionará defendiéndose de la acusación y atacándola a ella con acusaciones iguales o peores. Acaso diciendo a su esposa: « ¡Cómo no!, tú tienes la razón en todo; yo sólo soy un irresponsable, como te lo oí mil veces». Y añadirá otras muchas cosas que le vendrán a la boca a él.

De ese modo, normalmente se herirán tanto que su relación de pareja quedará muy malparada por razón de ese caso y del «diálogo» que piensan haber tenido. Si a tiempo saben caer en la cuenta de que es el abismo lo que ahora les amenaza, tratarán de calmar las aguas, decidiendo que en adelante los dos van a poner todo lo que esté de su parte para arreglar lo que los hijos están haciendo, y quizás arreglen algo de este feo problema. Pero ahí quedarán las heridas que se hicieron, y el deterioro de su relación de pareja. A quienes leen esto, les invito a fijarse en las palabras que he pintado de otro color: son exageraciones y, por eso, falsas, que nunca se deben usar en el diálogo porque son inadmisibles.

La manera correcta de abordar el problema habría sido, efectivamente, otro: ponerse a dialogar sobre los sentimientos que por ese caso afligen a la esposa; pero con actitud de verdadero amor a su marido, confiando en él, buscando terminar amándose ambos más después del diálogo. Pretendiendo que así el hijo sea salvado, y no simplemente castigado, por los dos.

Sabiendo aprovechar un momento oportuno para hacerlo, comenzaría la esposa a abrir su corazón al marido manifestándole lo que ella está sintiendo por causa de lo que ocurre con el hijo. Diciendo, por ejemplo, así: «Querido, siento una preocupación grande por nuestro hijo; parecida a cuando hace años, en una aglomeración ¿recuerdas? Se nos perdió y no lográbamos encontrarle. Menos mal que algún rato después perifonearon que un niño de tales características había sido hallado perdido. Porque hasta se nos había pasado por la cabeza si había sido hallado perdido. Porque hasta se nos había pasado por la cabeza si habría sido un secuestro». Si además añade que: «en este caso siento también verdadera angustia por lo que ocurre y porque, por la ineptitud mía de haberlo callado, tú tienes que enterarte ahora con este disgusto». Con esta última palabra da pie a que el esposo se haga consciente de sus sentimientos y se disponga a dialogar a su vez sobre ellos. El diálogo mejorará si la mujer abunda en decir que se siente con miedo, con el temor de que sea ya tarde y no puedan enderezar a ese hijo; y hasta con rabia, pensando que todo el trabajo y dinero que les ha costado criarle hasta ahora haya resultado inútil por culpa principalmente de ella. (Aquí destaco los sentimientos, que es sobre los que se ha de dialogar)

Probablemente sucederá que el esposo entenderá esos sentimientos de su mujer, y que los compartirá. Dirá, seguramente, que el verdadero culpable es él, por haberse despreocupado tanto de los hijos; pero que no es hora de buscar culpables, sino de encontrar el remedio, y que han de hacerlo entre los dos. Hablarán de las estrategias que les parezcan posibles. Ambos se comprometerán a trabajarlas juntos, para ser ahora más eficaces, y para que el hijo vea que sienten y actúan al unísono también en su caso. Quizás, el verlos que se aman como antes nunca les había visto amarse así, bastará al hijo para dejarse amar, dejarse ayudar, y reaccionar con el cambio que sus papás desean de él. Al ver resuelto el problema, probablemente esa noche se abrazarán los dos en la cama con un amor que hacía tiempo no se expresaban con tanta calidez.
Muchos son los problemas que los hijos ocasionan en su crianza. Que si fuma, y ojalá no sea la marihuana. Que un día ha venido a la casa lo que se dice borracho. Simplemente que es desobediente con una rebeldía que les asusta. Que miente demasiado. Que roba. Que dice «voy a estudiar con un amigo», y le vieron que era andar ya enredado con una «enamorada» muy prematuramente y que descuida sus estudios. Mil problemas así: unos más graves, otros menos, pero que en todos deben estar muy despiertos para corregirlos a tiempo. Saben que tales problemas son los «normales», hoy día en los jovencitos. Pero no quieren dejarlos así, irresponsablemente, sin darles su importancia.

En todos ellos, sin embargo, para poco sirve el ponerse a conversar sobre lo que hace «ese tonto»; es claro que mucho menos servirá entrar en una confrontación de responsabilidades para agravarlo con toda una pelea agria inevitable. Tampoco sirve para mucho el ponerse a razonar con la inteligencia recurriendo a las cosas de pedagogía que cada uno de los dos piensa haber estudiado. Solamente el diálogo desde los sentimientos, que ambos saben están teniendo, es el camino firme para afrontar el problema y llegar a encontrar la solución positiva actuando «los dos a una», y para así crecer ambos en su relación de pareja con ese amor grande que se tienen.
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Invitamos a leer las entregas anteriores en la Etiqueta MATRIMONIOS Y PAREJAS.
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