¿Qué es el Año Litúrgico? 22° Parte - Los Santos


P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.


2. LAS FIESTAS DE LOS SANTOS

Sobre las fiestas de los santos el Concilio Vaticano II nos da unas enseñanzas claras que nos conviene ahora recordar:
“De acuerdo con la Tradición, la Iglesia, rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas. Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles”. (SC. 111).
“Al celebrar el tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo: propone a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre, y por los méritos de los mismos implora los beneficios divinos” (SC. 104).
El mismo Concilio nos ha señalado un camino interesante para el culto de los santos. “Los santos que tienen un relieve universal se celebran obligatoriamente en toda la Iglesia; los otros, o son inscritos en el calendario para que puedan ser celebrados libremente, o se dejan para el culto particular de cada iglesia o nación o familia religiosa" (Norm. Univ. sobre el Año Litúrgico, 9; conf. Vaticano II, SC. 111). En el Perú celebramos como Santos propios a Santa Rosa de Lima, Sto. Toribio de Mogrovejo, S. Francisco Solano, S. Martín de Porres y S. Juan Macías.

Ahora sólo voy a presentar las enseñanzas espirituales de las misas compuestas en honor de San José, de San Juan Bautista, de San Pedro y San Pablo, de Todos los Santos, y de las misas en la conmemoración de Todos los Fieles Difuntos.


San José, Esposo de la Virgen María 
Solemnidad (19 marzo)

El culto a San José nació en la Edad Media de la devoción a María y al Niño, tan extendida en aquellos años. La misión de San José junto a María es presentada por el prefacio: José es el “hombre justo”, esposo de María, el servidor fiel y prudente”, guardián de la Sagrada Familia, que “haciendo las veces de padre, cuidará de Jesús”.

Dios en su providencia ha querido que San José continuara desempeñando en la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, las mismas funciones desempeñadas por él, cuando “se entregó por entero a servir a Jesús”. De modo semejante al que María, Madre de Jesús, es la Madre de la Iglesia, así también José, custodio de Jesús, es el protector de la Iglesia. Por eso pedimos en la colecta que los primeros misterios de la salvación de los hombres “confiados a la fiel custodia de San José”, sean conservados en la Iglesia “por su intercesión”.


Natividad de San Juan Bautista
Solemnidad (24 junio)

Esta solemnidad tiene una misa para la víspera y otra para el día de la fiesta. Los formularios de ambas misas están inundados de la alegría que se anuncia ya en la primera antífona de la misa de la víspera:
“Muchos se alegrarán de su nacimiento”.
Por eso en la colecta de la misa de la fiesta se pide a Dios que “conceda a su familia el don de la alegría espiritual”.

El Prefacio nos recuerda con ricos matices la misión religiosa del Bautista: antes de su nacimiento “saltó de gozo en el vientre de su madre al llegar el Salvador de los hombres", Juan fue el profeta que señaló a las gentes el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y el que bautizó al “Autor del Bautismo; el agua viva tiene desde entonces poder de salvación para los hombres”; y “él dio su sangre como supremo testimonio por el nombre de Cristo”.

Así, pues, la liturgia nos presenta a Juan como al enviado de Dios, al testigo de la luz, al que mostró a Cristo presente entre los hombres; y todo esto lo hace con matices bíblicos llenos de poesía y de piedad; la última plegaria de la festividad nos invita a dar gracias por el “banquete del Cordero celestial” y a pedir que la Iglesia, “llena de gozo por la natividad de San Juan Bautista, reconozca a su Redentor”.

Las hogueras de la noche de San Juan, posiblemente vestigios de las fiestas paganas del solsticio de verano, están plenamente de acuerdo con la fiesta cristiana de aquél de quien dijo Jesús: “Juan era la lámpara que arde y alumbra” (Jn. 5,35).


San Pedro y San Pablo
Solemnidad (29 junio)

San Pedro y San Pablo sufrieron el martirio en Roma, el año 64 San Pedro, y el año 67 San Pablo. La Iglesia Romana venera sus sepulcros y les ha dedicado una solemnidad litúrgica en común. La fiesta se extiende a toda la Iglesia porque ambos “con su sangre plantaron la Iglesia”.

También esta solemnidad tiene una misa para la víspera y otra para la fiesta; esto nos muestra que la solemnidad de los Apóstoles es una celebración de santa alegría”. El prefacio de la misa nos presenta con dramatismo las dos figuras gigantes de estos Apóstoles, y a través de las piezas litúrgicas de las dos misas, vemos desfilar a Pedro y Pablo como los que “nos han enseñado la ley del Señor”, como “el fundamento de nuestra fe”, por eso pedimos a Dios “que la Iglesia se mantenga siempre fiel a sus enseñanzas”.


Todos los Santos
Solemnidad (1° noviembre)

La solemnidad de Todos los Santos nació en el siglo VIII y nos hace caer en la cuenta de nuestra unión misteriosa pero real con los que han pasado al mundo invisible.

La antífona de entrada nos invita a celebrar con alegría la “fiesta en honor de todos los Santos”, pues estamos ciertos de que “ya gozan de la gloria de la inmortalidad”, y por eso sabemos que contamos con una “multitud de intercesores.

El prefacio nos presenta aquella asamblea de la Jerusalén celeste”, hacia la cual nos encaminamos, “como peregrinos en país extraño, y en esta marcha encontramos en los santos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad.

La gloria de los santos procede de Dios, cuya imagen reproduce cada uno de ellos de forma única e irrepetible, de ahí que al venerar a los santos proclamamos a Dios “admirable y solo Santo entre todos los Santos”.

Todos los Santos fueron salvados por el Misterio Pascual de Cristo cumplido en ellos; iluminados por esta certeza de fe pedimos al terminar la misa de esta fiesta, que “pasemos de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del Reino de los cielos”.


Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos
(2 noviembre)

La solemnidad de Todos los Santos despertó el recuerdo de los difuntos detenidos en el purgatorio. La fecha del 2 de noviembre se fijó a comienzos del siglo XI. Se pueden decir tres misas.

La súplica por los difuntos pertenece a la más antigua tradición cristiana, lo mismo que la ofrenda del sacrificio de la misa, para que “brille sobre ellos la luz eterna”.

Al orar por todos los fieles difuntos pedimos la esperanza consoladora “de que todos ellos resuscitarán”, pues Jesús afirmó:
“Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”.
Jesucristo, presente en el mundo de Dios y presente en el sacramento, es el puente que une a los difuntos con los vivos, como bellamente lo expresa la oración sobre las ofrendas de la primera misa:
“Mira, Señor, con bondad las ofrendas que te presentamos por tus fieles difuntos y recíbelos en la gloria con tu Hijo Jesucristo, al que nos unimos por la celebración del memorial de su amor”.

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Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982

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