Historia de la Salvación: 35° Parte - Los laicos y la vida consagrada en la Iglesia



Por el P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


2.13. LOS FIELES LAICOS

2.13.1. La Vocación de los Laicos

«Por laicos se entiende aquí a todos los cristianos, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, pues, los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo»

Los laicos tienen como vocación propia el buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios... A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor».

La iniciativa de los cristianos laicos es particularmente necesaria cuando se trata de descubrir o de idear los medios para que las exigencias de la doctrina y de la vida cristiana impregnen las realidades sociales, políticas y económicas. Esta iniciativa es un elemento normal de la vida de la Iglesia.

Los fieles laicos se encuentran en la línea más avanzada de la vida de la Iglesia; por ellos la Iglesia es el principio vital de la sociedad. Por tanto ellos, especialmente, deben tener conciencia, cada vez más clara, no sólo de pertenecer a la Iglesia, sino de ser la Iglesia; es decir, la comunidad de los fieles sobre la tierra bajo la guía del jefe común, el Papa, y de los obispos en comunión con él. Ellos son la Iglesia.

Como todos los fieles, los laicos están encargados por Dios del apostolado en virtud del bautismo y de la confirmación y por eso tienen la obligación y gozan del derecho, individualmente o agrupados en asociaciones, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra; esta obligación es tanto más apremiante cuando sólo por medio de ellos los demás hombres pueden oír el Evangelio y conocer a Cristo. En las comunidades eclesiales, su acción es tan necesaria que, sin ella, el apostolado de los pastores no puede obtener en la mayoría de las veces su plena eficacia.


2.13.2. La participación de los laicos en la misión sacerdotal de Cristo

 «Los laicos, consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, están maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. En efecto, todas sus obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo, que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor.

De esta manera, también los laicos, como adoradores que en todas partes llevan una conducta sana, consagran el mundo mismo a Dios». De manera particular, los padres participan de la misión de santificación «impregnando de espíritu cristiano la vida conyugal y procurando la educación cristiana de los hijos».

Los laicos, si tienen las cualidades requeridas, pueden ser admitidos de manera estable a los ministerios de lectores y de acólito. «Donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros, pueden también los laicos, aunque no sean lectores ni acólitos, suplirles en algunas de sus funciones, es decir, ejercitar el ministerio de la palabra, presidir las oraciones litúrgicas, administrar el bautismo y dar la sagrada Comunión, según las prescripciones del derecho».


2.13.3. Su participación en la misión profética de Cristo

«Cristo... realiza su función profética... no sólo a través de la jerarquía... sino también por medio de los laicos.   El los hace sus testigos y les da el sentido de la fe y la gracia de la palabra».
Los laicos cumplen también su misión profética evangelizando, con «el anuncio de Cristo comunicado con el testimonio de la vida y de la palabra». En los laicos, esta evangelización «adquiere una nota específica y una eficacia particular por el hecho de que se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo».

Este apostolado no consiste sólo en el testimonio de vida el verdadero apostolado busca ocasiones para anunciar a Cristo con su palabra, tanto a los no creyentes como a los fieles. Los fieles laicos que sean capaces de ello y que se formen para ello también pueden prestar su colaboración en la formación catequética,  en la enseñanza de las ciencias sagradas, en los medios de comunicación social.


2.13.4. Su participación en la misión real de Cristo

Por su obediencia hasta la muerte. Cristo ha comunicado a sus discípulos el don de la libertad regia, «para que vencieran en sí mismos, con la propia renuncia y una vida santa, al reino del pecado».
El que somete su propio cuerpo y domina su alma, sin dejarse llevar por las pasiones es dueño de sí mismo: se puede llamar rey porque es capaz de gobernar su propia persona; es libre e independiente y no se deja cautivar por una esclavitud culpable.

«Los laicos, además, juntando también sus fuerzas, han de sanear las estructuras y las condiciones del mundo, de tal forma que, si algunas de sus costumbres incitan al pecado, todas ellas sean conformes con las normas de la justicia y favorezcan en vez de impedir la práctica de las virtudes. Obrando así, impregnarán de valores morales toda la cultura y las realizaciones humanas» «Los seglares también pueden sentirse llamados o ser llamados a colaborar con sus pastores en el servicio de la comunidad eclesial, para el crecimiento y la vida de ésta,   ejerciendo ministerios muy diversos según la gracia y los carismas que el Señor quiera concederles».

Los fieles han de «aprender a distinguir cuidadosamente entre los derechos y deberes que tienen como miembros de la Iglesia y los que les corresponden como miembros de la sociedad humana. Deben esforzarse en integrarlos en buena armonía, recordando que en cualquier cuestión temporal han de guiarse por la conciencia cristiana. En efecto, ninguna actividad humana, ni siquiera en los asuntos temporales, puede substraerse a la soberanía de Dios». Así, todo laico, por los mismos dones que ha recibido, es a la vez testigo e instrumento vivo de la misión de la Iglesia misma "según la medida del don de Cristo".


2.13.5. Los institutos seculares

«Un instituto secular es un instituto de vida consagrada en el cual los fieles, viviendo en el mundo, aspiran a la perfección de la caridad, y se dedican a procurar la santificación del mundo, sobre todo desde dentro de él».

Por medio de una «vida perfectamente y enteramente consagrada a [esta] santificación», los miembros de estos institutos participan en la tarea de evangelización de la Iglesia, «en el mundo y desde el mundo», donde su presencia obra a la manera de un «fermento». Su «testimonio de vida cristiana» mira a «ordenar según Dios las realidades temporales y a penetrar el mundo con la fuerza del Evangelio». Mediante vínculos sagrados, asumen los consejos evangélicos y observan entre sí la comunión y la fraternidad propias de su «modo de vida secular».


2.13.6. Las sociedades de vida apostólica

Junto a las diversas formas de vida consagrada se encuentran «las sociedades de vida apostólica cuyos miembros, sin votos religiosos, buscan el fin apostólico propio de la sociedad y, llevando vida fraterna en común, según el propio modo de vida, aspiran a la perfección de la caridad por la observancia de las constituciones. Entre éstas, existen sociedades cuyos miembros abrazan los consejos evangélicos mediante un vínculo determinado por las constituciones».


2.13.7. Consagración y misión: anunciar al Rey que viene

Aquel que por el bautismo fue consagrado a Dios, entregándose a Él como al sumamente amado, se consagra, de esta manera, aún más íntimamente al servicio divino y se entrega al bien de la Iglesia. Mediante el estado de consagración a Dios, la Iglesia manifiesta a Cristo y muestra cómo el Espíritu Santo obra en ella de modo admirable. Por tanto, los que profesan los consejos evangélicos tienen como primera misión vivir su consagración. Pero «ya que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia, están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misionera, según el modo propio de su instituto».

En la Iglesia que es como el sacramento, es decir, el signo y el instrumento de la vida de Dios, la vida consagrada aparece como un signo particular del misterio de la Redención. Seguir e imitar a Cristo «desde más cerca», manifestar «más claramente» su anonadamiento, es encontrarse «más profundamente» presente, en el corazón de Cristo, con sus contemporáneos. Porque los que siguen este camino «más estrecho» estimulan con su ejemplo a sus hermanos; les dan este testimonio admirable de «que sin el espíritu de las bienaventuranzas no se puede transformar este mundo y ofrecerlo a Dios».

Sea público este testimonio, como en el estado religioso, o más discreto, o incluso secreto, la venida de Cristo es siempre para todos los consagrados el origen y la meta de su vida.

El Pueblo de Dios, en efecto, no tiene aquí una ciudad permanente, sino que busca la futura. Por eso el estado religioso... manifiesta también mucho mejor a todos los creyentes los bienes del cielo, ya presentes en este mundo. También da testimonio de la vida nueva y eterna adquirida por la redención de Cristo y anuncia ya la resurrección futura y la gloria del Reino de los cielos.





2.14. LA VIDA CONSAGRADA

2.14.1. Consejos evangélicos, vida consagrada

«El estado de vida que consiste en la profesión de los consejos evangélicos, aunque no pertenezca a la estructura jerárquica de la Iglesia, pertenece, sin embargo, indiscutiblemente a su vida y a su santidad».

Los consejos evangélicos están propuestos en su multiplicidad a todos los discípulos de Cristo. La perfección de la caridad a la cual son llamados todos los fieles implica, para quienes asumen libremente el llamamiento a la vida consagrada, la obligación de practicar la castidad en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia. La profesión de estos consejos en un estado de vida estable reconocido por la Iglesia es lo que caracteriza la «vida consagrada» a Dios.

El estado religioso aparece por consiguiente como una de las maneras de vivir una consagración «más íntima» que tiene su raíz en el bautismo y se dedica totalmente a Dios. En la vida consagrada, los fieles de Cristo se proponen, bajo la moción del Espíritu Santo, seguir más de cerca a Cristo, entregarse a Dios amado por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la caridad en el servicio del Reino,   significar y anunciar en la Iglesia la gloria del mundo futuro.


2.14.2. La virginidad consagrada

Desde los tiempos apostólicos, vírgenes cristianas llamadas por el Señor para consagrarse a El enteramente con una libertad mayor de corazón, de cuerpo y de espíritu, han tomado la decisión, aprobada por la Iglesia, de vivir en estado de virginidad «a causa del Reino de los cielos» (Mt 19, l 2).

«Formulando el propósito santo de seguir más de cerca a Cristo, [las vírgenes] son consagradas a Dios por el obispo diocesano según el rito litúrgico aprobado, celebran desposorios místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio de la Iglesia». Por medio este rito solemne, «la virgen es constituida en persona consagrada» como «signo trascendente del amor de la Iglesia hacia Cristo, imagen escatológica de esta Esposa del Cielo y de la vida futura».

«Semejante a otras formas de vida consagrada», el orden de las vírgenes sitúa a la mujer que vive en el mundo  en el ejercicio de la oración, de la penitencia, del servicio a los hermanos y del trabajo apostólico, según el estado y los carismas respectivos ofrecidos a cada una. Las vírgenes consagradas pueden asociarse para guardar su propósito con mayor fidelidad.

La vida religiosa nace del misterio de la Iglesia. Es un don que la Iglesia recibe de su Señor y que ofrece como un estado de vida estable al fiel llamado por Dios a la profesión de los consejos. Así la Iglesia puede a la vez manifestar a Cristo y reconocerse como Esposa del Salvador. La vida religiosa está invitada a significar, bajo estas diversas formas, la caridad misma de Dios, en el lenguaje de nuestro tiempo.

Todos los religiosos, exentos o no, se encuentran entre los colaboradores del obispo diocesano en su misión pastoral. La implantación y la expansión misionera de la Iglesia requieren la presencia de la vida religiosa en todas sus formas «desde el período de implantación de la Iglesia». «La historia da testimonio de los grandes méritos de las familias religiosas en la propagación de la fe y en la formación de las nuevas Iglesias: desde las antiguas instituciones monásticas, las órdenes medievales y hasta las congregaciones modernas».

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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.
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