Jesús enseña con autoridad

P. Adolfo Franco, S.J.

DOMINGO IV
del Tiempo Ordinario

Marcos, 1, 21-28

Jesús tiene un mensaje nuevo que admiraba a sus primeros oyentes y debería producir admiración en nosotros.



San Marcos recoge en este párrafo la primera actuación de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Era costumbre que los judíos se reunieran los sábados en la sinagoga a orar y a leer y comentar la Sagrada Escritura. Con frecuencia era invitado a hacer la lectura y algún comentario a la misma alguno de los presentes, o algún invitado especial. Y, como la fama de Jesús empezaba a extenderse por los alrededores de los poblados que rodean al lago de Galilea, en este caso fue invitado Jesús a hacer la oración del sábado y la lectura de la Biblia y su explicación. Era ya comentario frecuente que el hijo de José, el carpintero empezaba a enseñar una nueva doctrina y a tener actuaciones sorprendentes.

Había, pues, mucha expectativa y cuando Jesús acabó de hablar todos quedaron admirados. Lo que más admiración producía era que su forma de hablar era distinta de la forma en que hablaban ordinariamente los escribas (los letrados) que eran los que ordinariamente hacían los comentarios. San Marcos recalca que la predicación de Jesús producía admiración, y que daba la impresión de que hablaba con autoridad, que sus palabras tenían una fuerza especial; y además dice que no hablaba como los escribas y fariseos.

¿Qué admiraban estos primeros oyentes? ¿Por qué las palabras que pronunciaba este hombre del pueblo tenían tanta fuerza? Por varias razones fundamentales: Jesús no repetía frases hechas, sino enseñanzas que llegaban al alma. Además se notaba que quería ir a lo esencial del mensaje de Dios, y no se quedaba en los mandatos exteriores y rutinarios sobre los que tanto insistían los fariseos. Era una enseñanza tremendamente exigente, que quería elevar a sus oyentes y sacarlos de la mediocridad. Y finalmente se sentía a las claras que lo que enseñanza lo sacaba de su corazón y que no hacía más que trasmitir con sus palabras lo que El vivía en su propia vida.

La predicación de Jesús no estaba llena de tópicos, de frases hechas, de consejos rutinarios. Sus palabras eran “nuevas” no dichas por nadie antes. Y no tenía que recurrir a una aburrida erudición, ni a abstracciones difíciles, para que fueran profundas: Eran las palabras más simples del mundo, pero que llegaban con una fuerza incontenible: eran palabras como las de las parábolas; palabras sacadas de la naturaleza, del quehacer de cada día. Era la realidad convertida en mensaje: la siembra es Reino de los cielos, y el tesoro que alguien descubre explica el atractivo del Reino de los cielos, y la pesca, y la semilla pequeña son señales del Reino de los cielos. Todo transparente y todo lleno de sentido. Eran palabras esperadas por aquellos campesinos y artesanos que estaban ávidos de encontrar un nuevo sentido a sus vidas de cada día, y por eso en seguida se dieron cuenta de que las palabras de Jesús producían un sonido distinto en sus corazones.

Jesús no reducía la entrega a Dios a una serie de fórmulas y prácticas externas; no quería sacrificios de animales, sino la entrega de la vida; no enseñaba la limpieza ritual, sino la pureza extrema del corazón. No valoraba la limosna por la cantidad sino por la generosidad del donante. Porque Dios habita en el corazón y es el corazón lo que hay que entregarle.

Además eran palabras exigentes; que superaban todas las antiguas exigencias. Ponían el límite muy arriba; y por eso todo el que tenía ansias de superación encontraba que su enseñanza era un reto hermoso, y que valía la pena escucharlo con seriedad: se dijo a los antiguos “ojo por ojo y diente por diente” pero yo les digo que hay que amar incluso al enemigo. Hay que tener un total desinterés, en la amistad, en el servicio. Hay que darse totalmente sin límites y sin condiciones. No hay que hacer nada por apariencia, sino hay que orar en silencio, y no exhibir las buenas obras. Hay que tener una total confianza en el Padre que alimenta con su mano a los pájaros del cielo, y que viste con una imaginación admirable a todas las flores.

Pero, todo eso lo enseñaba, con una convicción que nacía de su propia vida. Todo lo que enseñaba era lo que El vivía cada día. No era como ésos que ponían a los demás exigencias muy grandes, de las que los “maestros de la ley” se consideraban exentos. El tenía el atrevimiento de hablar de la pobreza, porque no tenía ni dónde reclinar la cabeza, el derramaba sus bendiciones sobre los pacíficos y sobre los que padecen persecución, porque sabía lo que era ser perseguido injustamente, y sabía del triunfo de los que buscan la paz.


Por todo eso causaba admiración en sus oyentes, ellos entendían al oírle que no había absolutamente nada de fingimiento en todo lo que Jesús enseñaba. Que no era cuestión de cosas externas, de ritos, sino que había que adorar a Dios con el corazón y hasta las últimas consecuencias. Por todo esto su doctrina sonaba a novedad, e incluso sus enemigos en algún momento dirán: nadie ha hablado como este hombre.




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Jesús llama a sus primeros apóstoles

P. Adolfo Franco, S.J.

TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO III

Mc 1, 14-20

Desde el primer momento Jesús nos invita a la conversión, a aceptar la novedad del Evangelio.


En estos versículos del capítulo inicial de San Marcos, aparece la primera predicación de Jesús y la convocatoria de los primeros apóstoles: dos grupos de hermanos, Pedro y Andrés por un lado, y Juan y Santiago por el otro; los cuatro pescadores galileos.

Reflexionando sobre el contenido de la primera predicación de Jesús, nos damos cuenta de la brevedad del mensaje; muy breve, pero viene a ser el resumen de todo lo que nos dirá en sus tres años de predicación. Se trata de una invitación a la conversión. Pero nos dice que hay que convertirse porque ha llegado el comienzo de los “tiempos nuevos”. Para poder entrar en esa nueva dinámica, los “tiempos nuevos”, hace falta transformar el corazón en lo más profundo. La novedad que Dios regala al mundo, cuando envía a su propio Hijo es tan grande, que hace falta una completa transformación (conversión) de las personas. Esto es especialmente válido para los que tenían una mentalidad anquilosada por los reglamentos religiosos que habían ido introduciendo los jefes religiosos de Israel, desde hacía mucho tiempo. Y es válido para los que hoy tiene también esa mente rígida, que no acepta la novedad de Dios.

Había que pasar de la ley al espíritu de la ley: cuántos choques tendrá Jesús por intentar hacer caer en la cuenta a todos, pueblo y dirigentes, de esta verdad tan simple. Hay que ir de la norma al espíritu, sin el cual la norma no tiene sentido: santificar el día de Dios, no puede impedir la curación de un enfermo en sábado; esto tendrá que afirmarlo Jesús en varios momentos, ante los fariseos que acechaban continuamente al Maestro para condenarlo. Dios no va a pensar que se le está ofendiendo si alguien come unas espigas en sábado después de arrancarlas. No puede ser más importante la limosna al templo, que los deberes económicos de los hijos con los propios padres. Hay toda una serie de intervenciones de Jesús en su vida, en que quiere aclarar las obligaciones morales y religiosas, y que chocaban con la mentalidad de sus oyentes. Por eso hacía falta un cambio completo, la conversión. Y si hace falta la conversión para entender la explicación profunda que Jesús da a la ley antigua, más hace falta convertirse para captar la novedad de su mensaje: para darse cuenta de que hay que amar incluso a los que nos persiguen; de que los preferidos de Dios son los niños; de que hay que acercarse a los pecadores, para poder ayudarles. Hace falta conversión para no exhibir la propia justicia, la propia oración, el ayuno o la limosna. Hay que hacer una fuerte conversión para no considerarse mejor que los demás, para entender que el corazón del hombre es más templo de Dios que el Templo de Jerusalén.

Esto es por lo que se refiere a la conversión de los oyentes judíos que tenían estructurada una forma muy diferente de su relación con Dios, a través de la Ley. Pero también a nosotros que no somos de religión judía, y que estamos en otra época, nos hace falta la conversión, para entrar en los “tiempos nuevos”. Y conversión de la mente y del corazón. El Evangelio está lleno de enseñanzas que nos desafían la mente y el corazón y que nos exigen conversión: por eso muchas de las enseñanzas de Jesús parecen paradojas, a veces parecen incomprensibles y hasta llegamos a pensar que el Evangelio contradice al sentido común. Por eso hay que convertirse para entrar en los “tiempos nuevos” la novedad que viene a traernos Dios, lleno de misericordia por nosotros.

Hace falta conversión para poder aceptar que los primeros serán los últimos, y los últimos primeros.  Sólo Dios puede hacernos entender que hay que perdonar hasta setenta veces siete. Sólo alguien que ha recibido la gracia de la conversión puede percibir la verdad de que la riqueza es una seria dificultad para entrar en el reino de los cielos. Que son bienaventurados los perseguidos y los pacíficos. Que la senda que conduce al Reino es la senda estrecha, y el camino es empinado. Y yendo a la raíz de todo necesitamos de una conversión profunda, para darnos cuenta de que todo en nuestra salvación es gracia, don espontáneo de Dios, en lo que no tenemos la iniciativa, que lo que importa no es cuánto amamos a Dios, sino cuánto Dios mismo nos ama


Y esta misma conversión es una gracia: dejarse modelar con docilidad por Dios, que es el que conoce los secretos del corazón y el que puede hacer de las piedras hijos de Abraham con  la misma facilidad con que da de comer a cinco mil hombres con cinco panes, y con la misma facilidad con que dice a un paralítico: levántate y anda.


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La vocación de los primeros apóstoles

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión sobre el evangelio del II Domingo del TO, "Los apóstoles responden con generosidad al llamado de Jesús, a nosotros también nos invita". Acceda AQUÍ.

¿Qué es el Año Litúrgico? - 5° Parte

Continuamos con el tema sobre el Domingo, por el P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J., donde nos menciona que la liberación dominical del trabajo tiene una dimensión religiosa, pues ella se nos presenta como el símbolo del descanso mesiánico. Acceda AQUÍ.

La Iglesia - 35º Parte: Estructura Jerárquica de la Iglesia - El Magisterio Eclesiástico

El P. Ignacio Garro, S.J. finaliza el apartado sobre la Estructura Jerárquica con estos temas sobre el Magisterio Eclesiástico, qué es, quiénes lo conforman y cuáles son sus objetivos. Acceda AQUÍ.

Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú - 8° Parte: Institutos y Congregaciones del Sagrado Corazón

Continuando con la historia de la Devoción al Sagrado Corazón por el +P. Rubén Vargas Ugarte, S.J., compartimos este artículo sobre la primera Congregación en el Perú. Acceda AQUÍ.

Oración para el XX Sínodo Arquidiocesano Limense

Compartimos la Oración del XX Sínodo Arquidiocesano Limense.
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La Iglesia - 35º Parte: Estructura Jerárquica de la Iglesia - El Magisterio Eclesiástico

P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


29.8. EL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO

Es el poder conferido por Cristo a su Iglesia, enriquecido con el carisma de la infalibilidad, en virtud del cual la Iglesia docente es la única depositaria y auténtica intérprete de la Revelación divina, que ella propone autoritativamente a los hombres como objeto de fe para conseguir su salvación eterna. Que este poder de enseñar sea de institución divina se deduce claramente de las palabras con que Cristo, a punto de dejar la tierra, confía a los Apóstoles la misión de evange­lizar todo el mundo: "Id y enseñad a todas las gentes", Mt 28, 18. "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" , Mc 16, 1.
         
En S. Pablo, la obligación de enseñar es lo recibido y transmitido; es la tradición determinada por la referencia necesaria al acontecimiento único y singular de la salvación traída por Cristo. l Cor 11, 2-23; 15, 3; 2 Petr 2, 21; la cual es transmitida a todos los pueblos, l Tim 6, 20; 2 Tim 1, 14; por los mensajeros de Cristo enviados como testigos de autoridad y poder, 2 Tim l , 13 ; 2, 2-15. Puesto que esta Iglesia tiene en Pedro y en el colegio apostólico y en el primado del Papa y en el colegio episcopal su gobierno y su autoridad por mandato y misión de arriba Lc 10, 16; Jn 20, 21; Rom 10, 15; mandato que se transmite en la sucesión apostólica, y puesto que la Iglesia realiza su esencia precisamente en la doctrina de los apóstoles, Hech 2, 24; 2 Jn 1, 9; síguese que al colegio episcopal con el papa, como su cabeza, le con­viene el poder misional para transmitir autorizadamente la doctrina de los apóstoles.
         
Y ese poder, de acuerdo con la naturaleza escatológica de la Iglesia, no puede ser vencido por las puertas del Hades, (infierno), Mc 16, 18, y es ejercido con conciencia de una legitimidad absoluta, Mt 16, 16, pues la comunidad eclesiástica se sabe sostenida por la asistencia permanen­te del espíritu de Cristo, Mt, 28, 20; Hech 1, 8.
        
         
En consecuencia el Magisterio de la Iglesia incluye:
         
a. "Factor material": la comunicación de la doctrina de los apóstoles sobre el aconte­cimiento de Cristo, transmitida y actualizada de acuerdo a la situación del tiempo en que vive; 
         
b. "Factor formal": la capacitación de los Obispos para testificar autorizadamente en nombre de ­Cristo y bajo la asistencia del Espíritu Santo la transmisión exacta del mensaje revelado.

29.9. SUJETO DEL MAGISTERIO

El Magisterio autentico quiere decir que es ejercido por el Papa y los obispos, con la autoridad de Cristo, de modo que los fieles tienen obligación de aceptarlo y adherirse a su doctrina. 

        



MAGISTERIO
ORDINARIO
EL OBISPO EN SU DIÓCESIS (AUTÉNTICO)
EL PAPA EN SU DIÓCESIS O PARA TODA LA IGLESIA (AUTÉNTICO)
LOS OBISPOS DISPERSOS POR EL MUNDO CON EL PAPA (INFALIBLE)
EXTRAORDINARIO
EL PAPA “EX CATHEDRA” (INFALIBLE)
LOS OBISPOS EN CONCILIO (INFALIBLE)
         
         
El Magisterio ordinario lo ejerce el Obispo mediante la predicación, la catequesis, cartas pastorales, etc. El Obispo tiene responsabilidad y la autoridad en lo que toca a la enseñanza de la doctrina cristiana en su diócesis., es el oficio de enseñar la doc­trina revelada, confiado por Jesucristo a los apóstoles y sus sucesores, es decir, al Papa y a los Obispos unidos a él, se divide en:
         
a. Magisterio ordinario: Es el oficio de enseñar en sus diócesis y ejercido de forma corriente por los Obispos y sus auxiliares, (Sínodo diocesa­no, profesores de Seminarios, Párrocos, predicadores, catequistas); el Papa en su diócesis (Roma), o para toda la Iglesia, junto con sus auxiliares (Congregaciones romanas, Ordenes religiosas, universidades eclesiásticas) Los obispos dispersos por todo el mundo, en unión con el Papa.
         
b. Magisterio extraordinario: el Papa cuando habla "ex cathedra". Los obispos con el Papa en Concilio que versa sobre  definiciones dogmáticas , este Magisterio goza de la infalibilidad en la Iglesia.



29.10. EL OBJETO DEL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO

         
La Iglesia enseña y dice, acerca del Magisterio Eclesiástico:
         
1. Objeto primario

"El objeto primario de la infalibilidad son las verdades, formalmente reveladas, de fe y la moral cristiana", (de fe). Denz 1839.
         
La Iglesia no solamente puede  de manera positiva determinar y proponer el sentido de la doctrina revelada dando una interpretación auténtica de la Sagrada Escritura y de los testimonios de la Tradición y redactando fór­mulas de fe (símbolos apostólicos, definiciones dogmáticas, etc,), sino que también puede determinar y condenar como tales los errores que se oponen a la verdad revelada . De otra manera no cumpliría con su misión de "ser custodia y maestra de la palabra revelada por Dios", Denz 1793 y 1798.
         
2.- Objeto secundario 

"El objeto secundario de la infalibilidad son las verdades que no han sido formalmente reveladas, pero que se hallan en estrecha conexión con las verdades formalmente reveladas de la fe y la moral cristiana", (sentencia cierta).
         
La prueba de esta tesis nos la  proporcionan el fin propio de la infalibilidad, que es "custodiar santamente y exponer fielmente el de­pósito de la fe", Denz 1836. Este fin no podrá conseguirlo la Iglesia si no fuera capaz de dar decisiones infalibles sobre verdades y hechos que se hallan en estrecha conexión con las verdades reveladas, bien sea de­terminando de manera positiva la verdad expuesta o condenando de manera negativa el error opuesto.
         
Fuente y última norma objetiva del Magisterio eclesiástico es la revelación divina en Jesucristo, que por su cumplimiento escatológico quedó cerrada con los Doce Apóstoles; y no aumenta (la revelación) por el Magisterio eclesiástico, el cual se limita a transmitirla y actualizarla en cada momento, desarrollándola de esa manera, (Historia de los dogmas).
         
El Concilio Vaticano II también se ha hecho eco de la importancia del Magisterio y en diversos documentos ha destacado la importancia de esta labor del Magisterio.

         
3. El Magisterio es el auténtico intérprete de la Revelación

En la Constitución Dogmática sobre la Revelación, Nº 10,b : "El oficio de interpretar auténti­camente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado úni­camente al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo. Pero el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido".
         
En el Decreto sobre el Ecumenismo, Nº 21,c: "Cuando los cristianos separados afirman la autoridad divina de los sagrados Libros, sienten­ cada uno a su manera diversamente que nosotros en cuanto a la rela­ción entre las Escrituras y La Iglesia, en la cual, según la fe cató­lica el magisterio auténtico tiene lugar peculiar en la exposición y predicación de la Palabra de Dios escrita". 
         
En Lumen Gentium, Nº 25,d: "Cuando el Romano Pontífice o el Cuerpo de los Obispos juntamente con él definen una doctrina, lo hacen siem­pre de acuerdo con la misma Revelación, a la cual deben de atenerse y conformarse todos". L. G. Nº 25,a : "(En el Romano Pontífice hay que reconocer) con re­verencia su magisterio supremo y con sinceridad se (... ha de pres­tar), adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la frecuente proposición de la misma doc­trina, ya sea por la forma de decirlo".
         
En el decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros, Nº 19,a: "... es menester que los presbíteros conozcan bien los documentos del Magisterio, y señaladamente de los Concilios y Romanos Pontífi­ces".

         
4. Obediencia al Magisterio Eclesiástico

En Lumen Gentium, Nº 25, a: "Los fieles (...) en materia de fe y costumbres, deben de aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben de adherirse a él con religioso respeto. Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magiste­rio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable "ex cathedra". Y en Gaudium et Spes en el Nº 15 c: "No es lícito a los hijos de la Iglesia... ir por caminos que el Magisterio al explicar la ley divina, reprueba sobre la regulación de la natalidad".
         
La labor teológica bajo la dirección del Magisterio: En el decreto so­bre la Formación Sacerdotal, Nº 16,a : "Las disciplinas teológicas han de enseñarse, a la luz de la fe, bajo la dirección del Magisterio de la Iglesia".
         
Y en Lumen Gentium, Nº 67 : "(los teólogos) cultivando el es­tudio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y Doctores y de las liturgias de la Iglesia bajo la dirección del Magisterio, expliquen ­rectamente los oficios y los privilegios de la santísima Virgen María".


         
En la Constitución Dogmática sobre la Revelación, Nº 23: "Los exegetas católicos y los demás teólogos han de trabajar en común esfuerzo y bajo la vigi­lancia del Magisterio para investigar con medios oportunos la Escritura y para explicarla...". 



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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.



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La vocación de los primeros apóstoles

P. Adolfo Franco, S.J.


TIEMPO ORDINARIO
DOMINGO II

Jn 1, 35-42

Los apóstoles responden con generosidad al llamado de Jesús, a nosotros también nos invita.


La vocación de los primeros apóstoles es lo que nos narra este párrafo del evangelio de San Juan. Podríamos intentar entrar en el ambiente en que se producen estas vocaciones, en las motivaciones que tienen los apóstoles, en el modo de proceder de Jesús, y en lo que fueron sintiendo los privilegiados que recibieron ese llamado. Es el primer llamado que hacía el Mesías cuando estaba empezando a poner por obra el plan encomendado por su Padre.

En el caso de Jesús: había dejado el refugio del hogar no hacía mucho tiempo y había estado en el desierto, después de ser bautizado en el Jordán. Ya se terminaban los preparativos, y ahora había que empezar, el tiempo se le haría corto, tres años escasos, para tanta tarea. Y le llenaban el corazón las emociones: va a empezar la obra de su Padre, y con su Padre; va a poner en marcha la salvación que llenará el mundo hasta el final de los años y de los siglos. Empezar por escoger un grupo, que serán sus íntimos, que compartirán su vida, que serán el terreno fecundo donde quedará la semilla, para que de ahí al fin brote con vitalidad exuberante, hasta convertirse en una viña que llenará el mundo de racimos.

Estos sentimientos llenaban su corazón en estos días iniciales. Y estando todavía en el desierto, pasa cerca de Juan Bautista, que sigue atendiendo la fila de pecadores que necesitan una palabra de aliento y de conversión. Juan detiene su trabajo al verlo de nuevo, intuía quién era ese hombre que respiraba vida nueva. Lo señala y lo proclama: es el Mesías, y dos de los seguidores de Juan se salen del grupo, para seguir las huellas que Jesús va dejando en la arena del desierto por donde camina. Se sienten atraídos, les ha fascinado su rostro y su mirada. Y Jesús, aunque camina como desinteresado en los que lo siguen, ve lo que pasa, y los invita a que le sigan.

Se ha producido el comienzo: Jesús siente un afecto especial por estos dos seguidores, sus dos primeras conquistas. Hombres rudos, nobles, hombres firmes. Habrá que tallarlos, habrá que sacar de ellos lo mejor que hay dentro de ellos; pero El lo sabrá hacer. Se ha establecido el lazo del amor. Y ellos aunque no lo saben, son los primeros. La trascendencia de su papel les es desconocida. Pero han sentido dentro una llamada. Esto lo estaban esperando, algo así les tenía que pasar y ha pasado. Y la felicidad les inunda la vida. Han empezado a adquirir conciencia de que tienen una tarea, ya saben a qué dedicar su vida, y a Quien entregarle la vida.

La felicidad que tienen es tanta que no les cabe y se les descubre por su mirada y por su sonrisa. Los que los encuentran se dan cuenta de que algo les ha pasado. Vaya si les ha pasado: ¡han encontrado al Mesías! El que tantas personas de tantos tiempos andaban buscando, ellos, pobres pescadores, lo han encontrado, y han sido envueltos por su afecto y por su llamado. Les ha pedido la vida y se la han dado y no han hecho muchas preguntas, no han tenido tiempo para hacer cálculos: el amor les ha invadido.

Simón, el hermano de Andrés, ha quedado asombrado con lo que ha pasado con su hermano. Y siente un impulso imposible de parar, necesita encontrarse con ese “desconocido” que ha convertido a su hermano en una hoguera. Y cuando se encuentran, hay una mirada muy especial de Simón a Jesús, y de Jesús a Simón: Jesús estaba esperando precisamente a este hombre: ya tiene la base firme para empezar a construir. Y le dice Simón tú te llamas piedra, sobre ti apoyaré el edificio que necesito levantar.

En Pedro ¿qué sentimientos surgieron? Sentirse tan especialmente señalado por este Hombre, que era un desconocido y ahora parece que lo conociera desde su primer aliento de vida. Con un amigo así, Pedro se atreverá a caminar sobre las aguas, y a surcar las tempestades; deberá ser labrado (a veces a golpes duros) para poder ser la roca adecuada en que se apoye el edificio, que este Hombre ha de construir.


Y así fueron sumándose en rápida sucesión el grupo que acompañará a Jesús a todas partes, durante tres años, y que irán recogiendo en sus corazones sus obras y sus palabras, para alimentar después de Vida Verdadera a todos los hombres de todos los tiempos y de todos los países. 


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¿Qué es el Año Litúrgico? - 5° Parte

P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón, S.J.

2. EL DOMINGO
    Continuación

2.2.   ESPIRITUALIDAD

Liberación del trabajo

La liberación dominical del trabajo tiene una dimensión religiosa, pues ella se nos presenta como el símbolo del descanso mesiánico. Como anotábamos más arriba, la Resurrección del Señor ha introducido una liberación religiosa definitiva en la historia humana: los Santos Padres, al querer indicar la entrada de la eternidad en el tiempo precisamente por la celebración litúrgica dominical, acuñaron la expresión del “día octavo”.

Y lo más curioso es constatar cómo esta expresión está íntimamente ligada con el nombre pagano del domingo, es decir, “el día del sol”. Para la Biblia el sol y el día son inseparables (Gen. 1,16) Tomando estas dos realidades cósmicas como símbolos religiosos, los profetas anuncian a Cristo como un Sol (Mal. 3,20) y aseguran que un Nuevo Día se levanta: se trata de un día espiritual, religioso, sin ocaso (Zacar. 3,8-9)

La Resurrección de Jesús es el comienzo de este nuevo día religioso. Por ello San Marcos nos advierte que las mujeres llegaron al sepulcro “cuando salía el sol” (16,2) Parece indicar el evangelista que con la salida de Jesús del sepulcro alumbró un sol nuevo y amaneció un nuevo día también. Esta es la vivencia religiosa que leemos en un himno de los primeros siglos cristianos:

“Como el sol es la alegría de los que buscan el día, así mi alegría es el Señor, porque Él es mi Sol. Sus rayos me han resucitado, y su luz ha disipado todas las tinieblas ante mi faz. Gracias a Él he adquirido ojos para contemplar su día santo” (Odas de Salomón, 15)

Un día eterno amaneció para los hombres con la Resurrección del Señor, pues la vida eterna consiste en conocer al único Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (Jn. 17,3) Los Santos Padres fueron cautos en llamar al domingo “día del sol” por el peligro de confusionismos religiosos, y por eso, para señalar esta invasión del tiempo por la eternidad, daban al domingo el nombre de “día octavo”. Día octavo habla del descanso eterno en la vida inmutable de Dios y del reposo anclado en las playas siempre tranquilas de la eternidad divina. Y así el domingo hereda del sábado judío el reposo, que simbolizaba la vida feliz de Dios.

El reposo cristiano del domingo debe ser ante todo descanso para el espíritu, paz en el corazón nacida de la presencia de Dios en el alma; como bellamente lo dijo San Juan Clímaco:

“La Apatheia cristiana es un cielo en el corazón. Posee, pues, la Apatheia, el que ha elevado su espíritu sobre las creaturas... y ha puesto su alma ante la faz del Señor” (Escala del Paraíso, 29)

Por esta razón la Iglesia ha puesto el precepto de la misa dominical y aconseja a los fieles dedicar en este día festivo mayor tiempo a la lectura espiritual y a la oración, para penetrar con la contemplación en la ciudad eterna y poderla saludar así desde lejos, como los peregrinos que divisan la patria (Heb. 11,13-17)

Cuando Constantino publicó sus leyes prohibiendo el trabajo en los domingos, la Iglesia se apresuró a dar a esta liberación del trabajo cotidiano un simbolismo religioso. Y el descanso dominical viene a significar la liberación de la cautividad del pecado y de la condenación eterna traída por Cristo a los hombres mediante su Pascua. De ahí que la Iglesia insista sin cesar que no debe emplearse el día del Señor en diversiones pecaminosas, pues entonces el descanso dominical sería para el cristiano una contradicción existencial con su fe.

Tal vez la mejor manera de terminar estas reflexiones sobre el domingo será recordar las breves enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre este tema:


“La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día, los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en el Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1 Pet. 1,3) Por esto el domingo es la fiesta primordial que deben presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean de veras de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico” (SC. 106)

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Bibliografía: P. Rodrigo Sánchez Arjona Halcón S.J. Año Litúrgico y Piedad Popular Católica. Lima, 1982


Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú - 8° Parte: Institutos y Congregaciones del Sagrado Corazón

+P. Rubén Vargas Ugarte S.J.
Sagrado Corazón de Jesús - P. San Pedro, Lima


3. INSTITUTOS Y CONGREGACIONES DEL SAGRADO CORAZÓN

3.2. La Primera Congregación o Esclavitud del Sagrado Corazón

A mediados del siglo XVIII, cuando ya la devoción al Corazón Divino había tomado algún incremento entre nosotros, se fundó en la Iglesia de San Francisco la primera Congregación o Esclavitud consagrada a fomentar su culto. Se empezó por dedicarle un altar y se escogió para ello la capilla de San Buenaventura. En el año 1755 se emprendió la obra del nuevo retablo y, en el nicho principal se colocó en 1756 una hermosa imagen del Corazón de Jesús que se tasó en unos cinco mil pesos. La capilla se halla situada en la nave del evangelio y vino a ser una de las más ricas y aseadas de este magnífico templo. Las reformas llevadas a cabo en los primeros años del siglo pasado le arrebataron a la capilla su antiguo esplendor y hoy el retablo sólo conserva del pasado el frontal de mármol, labrado con gusto y en el cual se echan de ver en relieve, en el centro, la imagen del Corazón Deífico y a los lados dos figuras de Santos de la Orden una de las cuales nos parece que es el Doctor San Buenaventura.

El día 1° de Julio de 1759 se verificó la canónica erección de la Esclavitud, como aparece en las CONSTITUCIONES, que ese mismo año se imprimieron con aprobación del Arzobispo D. Diego del Corro y ostentan una hermosa lámina grabada en cobre por José Vásquez y alusiva a esta devoción. La Esclavitud fue en aumento y el número de los afiliados a ella vino a ser muy crecido.

Es posible que aun antes de esa fecha se celebrara la fiesta y se hiciera uso de la Misa y Oficio impresos en España, pues en este año, D. Bernardino Ruiz, imprime en un folleto de 42 páginas el “Manifiesto sobre el Debido Culto de los Corazones de Jesús y María”, obra de un devoto anónimo de esos mismos Sagrados Corazones. Este escrito venía a ser una respuesta a los ataques contra algunos eclesiásticos, publicados en El Investigador, en donde también se vituperaba el culto que venía tributándose a los Corazones de Jesús y María. El autor salió en defensa de este culto y lo hizo con maestría, demostrando que conocía bien la materia y la había estudiado a fondo. En el Apéndice aludía a la Congregación que bajo la advocación del Purísimo Corazón de María se había fundado hacía ya bastantes años en la Capilla de la Casa Profesa de los Desamparados, por obra del P. Alonso Messia Bedoya S.J.

Es muy posible que este escrito, el primero de índole apologética que aparecía en el Perú, se deba a la pluma del doctor agustino, Fray Bernardo Sanz. Le habían precedido en El Investigador, (N° 59) y dieron motivo a una polémica en la cual se combatía, por una parte, el culto al Corazón de María y, por otra, se defendía esta práctica que entonces comenzaba a extenderse entre los fieles. Algunos han supuesto que el autor de la invectiva contra el culto al Corazón de María era el canónigo de Lima y Rector del Colegio de San Carlos, D. Toribio Rodríguez de Mendoza, pero aun cuando esta suposición no carezca de fundamento, las pruebas no son definitivas. De todos modos esta era entonces cuestión opinable, pues todavía la Iglesia no había dado su veredicto.


Esta Congregación la fomentó con mucho celo Fray Joaquín de la Parra, que fue muchos años Director de la misma y enriquecida como estaba con muchas indulgencias, vino a ser una de las más favorecidas por la devoción limeña.

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Bibliografía:

P. Rubén Vargas Ugarte S.J. Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú. 

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Oración para el XX Sínodo Arquidiocesano Limense



¡Dios, Padre nuestro!
Te damos gracias porque nos has convocado
a celebrar el Vigésimo Sínodo
Arquidiocesano de Lima.
Te pedimos que nuestro Señor Jesucristo
 ilumine nuestras mentes para conocer
nuestra realidad con una mirada de fe
que nos ayude a forjar la Nueva Evangelización.
Que tu Espíritu Santo infunda la caridad
en nuestros corazones y nos haga portadores
de la esperanza que impregne
de Evangelio a nuestro pueblo.
En esta hora de gracia,
ayuda a nuestro Arzobispo,
a los sacerdotes, religiosos y laicos
a trabajar unidos a tu Hijo Jesucristo,
que es para nosotros el Señor de los Milagros.
Que los cuidados maternales
de Nuestra Señora de la Evangelización
y la intercesión de Santo Toribio de Mogrovejo,
Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres,
acompañen nuestro trabajo en el Sínodo.
Anima nuestra comunión eclesial,
y danos un renovado impulso de vida cristiana
para ser los discípulos misioneros de Jesucristo.
Amén.


Tomado de:
http://arzobispadodelima.org/sinodo/descargas/oracion.pdf

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El Bautismo de Jesús

P. Adolfo Franco, S.J.

Marcos 1, 7-11



Con este hecho de la vida de Cristo, su bautismo en el Jordán, se cierra la reflexión litúrgica del ciclo de la Navidad. El Bautismo de Jesús es el paso de su vida de familia en Nazaret a la vida peregrina de predicación. El Bautismo es también una manifestación especial del Señor, junto con la primera manifestación cuando recién nacido es mostrado a los pastores, y con la que recordábamos el domingo pasado, la manifestación a los Magos venidos del oriente.

Este acontecimiento del bautismo es una manifestación de Jesús muy especial. Porque en la primera, la manifestación a los pastores, son los ángeles los que dan el anuncio del Salvador, en la de los Magos, es una estrella misteriosa la portadora del mensaje; y en esta tercera manifestación son tres los que nos ayudan a comprender a Jesús: Juan Bautista, Jesús mismo y el Padre.

Juan Bautista nos lo dice con tres frases que se refieren a Jesús: el que viene detrás de él, o sea Jesús, es el más fuerte, que él (Juan), que él no es digno de desatarle las sandalias a Jesús, y que su bautismo es sólo agua, y el bautismo que traerá Jesús es Espíritu Santo. Todo esto es un mensaje que Juan nos da sobre Jesús. Esto es muy importante, porque aparte de la humildad que Juan manifiesta, nos está dando una enseñanza de mucho mayor trascendencia: todo lo anterior, la Antigua Alianza, de la cual Juan Bautista es el último representante, era simplemente promesa, ahora se está realizando lo prometido y es claro que la realización es más que la promesa. Todo el Antiguo Testamento es profecía, ahora hay realización. Todo lo de antes era proyecto, ahora hay ejecución. Esa es la superioridad  que dice Juan que tiene Jesús sobre él. No se trata solo de personas, sino de las etapas de la Historia de la Salvación. Toda la etapa primera cuyo final es la aparición de Juan Bautista, estaba orientada a esta segunda, la plena y definitiva, que llena completamente Jesús. Por eso pone Juan la comparación entre su persona y la de Jesús, él, Juan no es digno de ponerse a atarle las sandalias, y pone también la comparación entre su bautismo de agua y el que establecerá Jesús en el Espíritu Santo.

Jesús nos está dando también en esta escena una enseñanza sobre sí mismo, al someterse al bautismo de Juan, al ponerse en la cola de los pecadores; se está cumpliendo en El, la afirmación de que ha venido a hacerse semejante a nosotros en todo excepto en el pecado. El no ha cometido pecado y sin embargo asumirá en sí los pecados del mundo. Jesús está entre los pecadores que acuden a Juan, para ser bautizados. Así nos dice que estará mezclado con todas las debilidades de los hombres; su tarea será liberar del pecado. Estará siempre dispuesto a buscar y a recibir a los pecadores. Todos los lisiados en el cuerpo o e el alma lo encontrarán como compañero; El no mira la fila de los pecadores, que piden a Juan el bautismo de arrepentimiento, desde lejos, como un espectador, sino que está dentro de la fila de los que se van a sumergir en el agua de la purificación.


Y el Padre, en la manifestación que sigue al Bautismo, nos dice que Jesús es su Hijo amado y que en El se complace. Nos está enseñando que Jesús es el gran don de Dios a nosotros (“Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Único Hijo”), y con El nos regala todos sus dones. Nos enseña el misterio de que ese hombre que se acaba de bautizar  es especialmente su Hijo, el Verbo Eterno de Dios. Nos señala de forma especial el gran misterio de la realidad humana divina de Jesús. Y además nos dice que ese Hijo suyo encarnado es el modelo de ser humano en que pensó cuando hizo al hombre a su imagen y semejanza, y que por tanto ser hombre es en realidad parecerse a Jesús. El Padre nos está señalando a Jesús, como el gran don, como el camino e ideal de la vida.



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