Adoración Eucarística para la Santificación de los Sacerdotes y la maternidad espiritual - Mensaje de SS Benedicto XVI y experiencia de San Agustín


“¡ROGAD, PUES, AL DUEÑO DE LA MIES QUE MANDE OBREROS!”


“¡Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande obreros!”. Eso significa: la mies existe, pe-ro Dios quiere servirse de los hombres, para que la lleven a los graneros. Dios necesita hombres. Necesita personas que digan: “Sí, estoy dispuesto a ser tu obrero en esta mies, estoy dispuesto a ayudar para que esta mies que está madurando en el corazón de los hombres pueda entrar realmente en los graneros de la eternidad y transformarse en perenne comunión divina de alegría y de amor.


“¡Rogad, pues, al Dueño de la mies!” quiere decir también: no podemos ‘producir’ vocaciones; deben venir de Dios. No podemos reclutar personas, como sucede tal vez en otras profesiones, por medio de una propaganda bien pensada, por decirlo así, mediante estrategias adecuadas. La llamada, que parte del corazón de Dios, siempre debe encontrar la senda que lleva al corazón del hombre. Con todo, precisamente para que llegue al corazón de los hombres, también hace falta nuestra colaboración.


Ciertamente, pedir eso al Dueño de la mies significa ante todo orar por ello, sacudir su corazón, diciéndole: “Hazlo, por favor. Despierta a los hombres. Enciende en ellos el entusiasmo y la alegría por el Evangelio. Haz que comprendan que este es el tesoro más valioso que cualquier otro, y que quien lo descubre debe transmitirlo!”.

Nosotros sacudimos el corazón de Dios. Pero no sólo se ora a Dios mediante las palabras de la oración; también es preciso que las palabras se transformen en acción, a fin de que de nuestro corazón orante brote luego la chispa de la alegría en Dios, de la alegría por el Evangelio, y suscite en otros corazones la disponibilidad a dar su “sí”. Como personas de oración, llenas de su luz, llegamos a los demás e, implicándolos en nuestra oración, los hacemos entrar en el radio de la presencia de Dios, el cual hará después su parte. En este sentido queremos seguir orando siempre al Dueño de la mies, sacudir su corazón y, con Dios, tocar mediante nuestra oración también el corazón de los hombres, para que Él, según su voluntad, suscite en ellos el “sí”, la disponibilidad; la constancia, a través de todas las confusiones del tiempo, a través del calor de la jornada y también a través de la oscuridad de la noche, de perseverar fielmente en el servicio, precisamente sacando sin cesar de este la conciencia de que este esfuerzo, aunque sea costoso, es hermoso, es útil, porque lleva a lo esencial, es decir, a lograr que los hombres reciban lo que esperan: la luz de Dios y el amor de Dios.

BENEDICTO XVI
ENCUENTRO CON LOS SACERDOTES Y LOS DIÁCONOS EN FREISING, 14 DE SEPTIEMBRE DE 2006



MATERNIDAD ESPIRITUAL PARA LOS SACERDOTES

                                            
La vocación a ser madre espiritual para los sacerdotes es demasiado poco conocida, escasamente comprendida y, por tanto, poco vivida a pesar de su vital y fundamental importancia. Esta vocación a menudo está escondida, invisible al ojo humano, pero apunta a transmitir vida espiritual.
De esto estaba convencido el Papa Juan Pablo II: por ello quiso en el Vaticano un monasterio de clausura donde se pudiera rezar por sus intenciones como sumo Pontífice.



“¡LO QUE LLEGUÉ A SER Y CÓMO, SE LO DEBO A MI MADRE!”
San Agustín

Independientemente de la edad y del estado civil, todas las mujeres pueden convertirse en madre espiritual de un sacerdote y no solamente las madres de familia. También es posible para una enferma, para una joven soltera o para una viuda. De modo particular esto vale para las misioneras y las religiosas, que ofrecen toda su vida a Dios para la santificación de la humanidad. Juan Pablo II agradeció incluso a una niña por su ayuda materna: “Expreso mi gratitud también a la beata Jacinta por los sacrificios y oraciones que ofreció por el Santo Padre, a quien había visto en gran sufrimiento” (13 de mayo de 2000)
 
Cada sacerdote está precedido por una madre, que frecuentemente también es una madre de vida espiritual para sus hijos. Giuseppe Sarto, por ejemplo, el futuro Papa Pío X, apenas consagrado obispo, fue a encontrar a su madre de setenta años. Ella besó con respeto el anillo del hijo y al improviso, haciéndose meditativa, mostró su pobre anillo nupcial de plata: Sí, Peppo pero ahora tú no lo usarías, si yo primero no llevara esta alianza nupcial”. Justamente San Pío X lo confirmaba con su experiencia: “¡Cada vocación  sacerdotal proviene del corazón de Dios, pero pasa por el corazón de una madre!”.

Nos lo demuestra muy bien la vida de Santa Mónica. San Agustín, su hijo, que a la edad de diecinueve años, estudiante en Cartago, había perdido la fe, ha escrito en sus ‘Confesiones’: 

“... Tú has tendido tu mano desde lo alto y has sacado mi alma de estas densas tinieblas, ya que mi madre, siéndote fiel, lloraba sobre mí más que cuanto lloran las madres la muerte física de los hijos… sin embargo aquella viuda casta, devota, morigerada, de las que tú prefieres, hecha más animosa por la esperanza, pero no por ello menos fácil al llanto, no dejaba de llorar delante de ti, en todas las horas de oración”. Después de la conversión, él dijo con gratitud: “Mi santa madre, tu sierva, nunca me abandonó. Ella me dio a luz con la carne a esta vida temporal y con el corazón a la vida eterna. Lo que llegué a ser y cómo, se lo debo a mi Madre!”. 


Durante sus discusiones filosóficas, San Agustín quiso siempre consigo a su madre; ella escuchaba cuidadosamente, a veces intervenía delicadamente con su opinión o, con maravilla de los expertos presentes, daba también respuestas a cuestiones abiertas. ¡Por ello no sorprende que San Agustín se declarara su ‘discípulo en filosofía’!


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Tomado de:
http://www.clerus.org/

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