Homilía del Domingo 18º TO (C) 04 de agosto del 2013

Cristo y las cosas de este mundo

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Ecles 1,2:2,21-23, S 94; Col 3,1-5.9-11; Lc 12,13-21


La primera parte de este evangelio, la del joven que pide el arbitraje del Maestro en el conflicto hereditario que tiene con su hermano, no se suele comentar mucho. Y, sin embargo, es bien interesante.
Es conocido que el evangelio según San Lucas pone una particular atención en cuanto a los pobres y en el uso del dinero. Lucas acompaña a Pablo desde su segundo viaje. En el Concilio de Jerusalén se pidió a Pablo que se acordase de los pobres de esa ciudad y él mismo dice (y la segunda carta a los Corintios lo demuestra) que lo tomó bien en serio; las comunidades evangelizadas por Pablo, a las que mira Lucas en primer plano, parece que estaban formadas de gente libre asalariada y que gozaban de una cierta autonomía económica (digamos holgura relativa); Lucas dedica su obra a Teófilo, un cristiano en buena posición social y económica. Son indicios que justifican el énfasis especial en Lucas del mensaje de Jesús sobre los pobres, el uso de las riquezas y la limosna.
La petición de aquel hombre entraba dentro de las costumbres judías del tiempo: Se acude al rabino para que medie en un conflicto. La respuesta de Jesús es bien seca. Incluso rechaza la  petición más drásticamente que en “den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Lc 20,25). Jesús no quiere entrar de ningún modo en tales problemas: “Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?”. Probablemente la respuesta de Jesús en un pueblo muy religioso extrañó. También hoy se pide muchas veces a la Iglesia que entre a dirimir contiendas sobre asuntos de justicia económica o política. Se suele justificar la petición en que es una cuestión de justicia.
No es que carezcan de importancia moral. La tienen. Pero no fundó Jesucristo su Iglesia para que organizase la vida política y social. “Mi Reino no es de este mundo”, dijo Jesús a Pilatos. Cristo fundó su Iglesia para hacer llegar su mensaje y sus medios de salvación, los sacramentos, a todos los hombres, para que su mensaje llegue a todos los hombres, se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Para realizar este fin tiene el poder necesario, que Cristo mismo le ha dado; pero no ha recibido poder ni tiene responsabilidad para organizar la convivencia social en este mundo. Para eso está el Estado, que nace del dinamismo social del hombre y de su deseo natural de progreso creciente, con que Dios ha creado al hombre.
Hay que tener las ideas claras. No es que los actos de la vida política o económica carezcan de importancia en orden a la salvación eterna. Dios no es enemigo del Estado. La enseñanza de la Iglesia sobre él es que es un bien necesario y exigido por la naturaleza humana. El Estado es un bien muy importante; pero es un bien de este mundo. Jesús condena la ambición tanto del joven como del rico propietario. No todo vale en la vida económica, política y social. Un seguidor de Cristo no puede hacer de la riqueza y del poder social y político el norte primero de su vida. Por eso la Iglesia, como lo hizo Cristo, debe amonestar y advertir a los hombres que las riquezas son peligrosas para la salvación, endurecen el corazón para con el prójimo y traen la tentación de prescindir de Dios como de algo innecesario. Y también que el ejercicio del poder político está sujeto a la moral, a la justicia natural, a la  búsqueda del Bien común y a la observancia de las leyes necesarias para su logro. Un católico debe saber que toda autoridad, tanto religiosa como empresarial o política, es un servicio. Es inmoral usarla para ventaja propia. Debe estar orientada a conseguir crear las condiciones para que todos los que pertenecen al grupo puedan participar de modo equitativo de los frutos del esfuerzo común.
La Iglesia agradece a los hombres y mujeres católicos que están metidos en la vida política. Pero tiene la sensación de que no son suficientes en número, de que deberían ser más. La Iglesia ha llamado en la reunión de Obispos de Aparecida para que los sacerdotes estén más dispuestos a acompañar con su ayuda sacerdotal a los laicos comprometidos en la vida política; porque con frecuencia éstos se encuentran con problemas moralmente difíciles, tironeados por presiones poco claras y aun deshonestas.
Por fin les planteo a todos una cuestión no tan fácil, pero creo que importante. Tengo la impresión de que en los eventos electorales los valores morales y religiosos no pesan lo suficiente. Cristo dijo que “son pocos los que se salvan” y ese hecho tal vez sea una confirmación. Pero los que estamos aquí, cuando lleguen tales situaciones, seamos consecuentes con el valor que damos a la fe. Para decidirnos tomemos en consideración los valores morales y religiosos de cada candidato. El que no lo hace así, creo que carece del derecho a lamentarse cuando sea víctima del abuso, la inmoralidad y la injusticia.   
Jesús aclara su postura con una parábola. Al protagonista solo le interesa hacerse rico. Pero ha cometido una estupidez. Nada de aquí llevaremos al otro mundo. Pero la caridad con Dios y el prójimo, el esfuerzo en la justicia y el bien, nos asegura una eternidad bienaventurada. Que en todas las cosas nos conceda Dios servirle haciendo su voluntad, como lo hizo la Virgen María, nuestra Madre.


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