Marta y María


P. Adolfo Franco, S.J.

Lucas 10,  38-42

Jesús nos invita a la contemplación y al servicio, Marta y María. Hoy estamos bastante escasos de contemplación.



En el largo viaje a Jerusalén, narrado por San Lucas, y que comenzó con la Transfiguración, Jesús se detiene  en un pueblo y recibe hospedaje en casa de dos hermanas, Marta y María, que sin duda son las dos hermanas de Lázaro, y que son identificadas así por el Evangelista San Juan, especialmente a propósito de la resurrección de Lázaro.

Cuando Jesús es hospedado, una hermana activa, Marta, se dedica a los quehaceres domésticos, seguramente para atender al huésped, mientras que la otra hermana, María, simplemente está absorta a los pies de Jesús, oyéndolo. Y Marta se queja de que su hermana se dedique a escuchar a Jesús, cuando hay tantas tareas domésticas que hacer. Jesús le responde y le da una enseñanza sobre cuáles son las tareas importantes de la vida: “María ha escogido la mejor parte”.

La tradición ha visto siempre en esta doble actitud, una contraposición entre dos formas de enfocar la vida, incluso de enfocar la vida cristiana: la acción y la contemplación, las tareas apostólicas y la vida de oración. Pero no se pueden exagerar los extremos, pues también a propósito de la parábola del Buen Samaritano, Jesús ha alabado al que actúa, frente al sacerdote y al levita que seguramente rezaban mucho, pero no hacían nada. Hay muchas contraposiciones parecidas: ya el problema de la salvación en la Reforma de Lutero se presentaba y así se planteó la contraposición de la fe y las obras. El propugnaba que la sola fe salva; la recta doctrina no acepta la contraposición y enseña la necesidad de la fe y de las obras.

De todas formas es cierto que a veces hay contraposiciones en la manera de valorar la vida: hay quienes piensan que lo importante es lo pragmático, la producción, lo utilitario; y que todo lo demás la lírica, el arte, la cultura, los valores del espíritu, son evasiones que alienan al hombre. Hoy día, en nuestra cultura técnica, parece que la pregunta fundamental que se hace, incluso a veces se le hace a la fe y a la oración es, ¿para qué sirve? Y no es esta la pregunta correcta, porque la utilidad no es la medida del ser. Y justamente por tener esta medida es por lo que algunas sociedades son tan inhumanas. Una sociedad que valora al hombre por lo que produce, es poco amiga del hombre. Hacer frente al hombre esta pregunta ¿para qué sirve?, es materialismo cruel. De ahí han derivado aberraciones tan graves como la eliminación de los seres humanos que más serán una carga que un provecho.

Hoy día por eso tenemos el peligro de perder de vista los valores del espíritu, los religiosos (la fe), como también los valores del espíritu aunque no sean propiamente religiosos  (la cultura). Frente a todo nos preguntamos con bastante insolencia ¿para qué sirve? ¿Y cómo funciona? La elevación que produce al espíritu una obra de arte, el crecimiento interior que da a nuestro espíritu el mundo de la cultura, el dedicarse un rato a admirar, simplemente admirar ¿no son actitudes que elevan al ser humano? ¿desterraremos todo esto, para implantar sólo un mundo utilitario? Entonces no haría falta fabricar robots, porque el hombre ya sería un robot, con entrañas llenas de engranajes y lubricante en lugar de sangre caliente. Este puede ser un problema de nuestra cultura tan preocupada por la producción, y tan despiadada con los seres humanos, que por razones de edad o de otras limitaciones, ya no son tan productivos.

Y más aún en el campo religioso y del misterio de Dios con nosotros, la pregunta por su utilidad es una pregunta profana y soberbia. ¿Para qué sirve la oración? ¿Para qué sirve el sacrificio? ¿Para qué sirve el sufrimiento? El Credo y el Evangelio ¿qué aportan a la humanidad?. En los enfoques de la vida cristiana hoy día puede también entrar solapadamente este utilitarismo tan inhumano y tan poco cristiano. Queremos constatar con números, con estadísticas la “producción” apostólica. Y ya el buscar números y constatación de la eficacia apostólica, es no aceptar que la obra de Dios en el mundo es silenciosa y que no se deja medir con nuestras medidas humanas.

Por otra parte hoy día parece que incluso en la vida religiosa hay poco espacio para la contemplación, porque hay mucho que hacer. Hay quien hace una pregunta hiriente y finalmente superficial ¿para qué sirven los conventos de clausura en los que los religiosos o religiosas se dedican principalmente a la oración? Hay que destacar el valor primordial que tiene la oración, y la oración contemplativa, incluso para la salvación del mundo, incluso como instrumento apostólico. Y lo que más necesita nuestro mundo utilitario son personas dedicadas a la contemplación, que lo rescaten del materialismo pragmático que vivimos y que está manifestándose como tan inhumano.




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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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