Homilía del Domingo 13° TO (C), 30 de junio del 2013

"Te seguiré a donde vayas"

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: 1R 19, 16.19-21; S. 15; Ga 5,1.13-18; Lc 9,51-62


El evangelio de hoy empieza indicando el momento aproximado en que suceden los hechos que se narran a continuación. Dice el texto que “se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo”. Es claro que se refiere a su muerte, resurrección y ascensión. Jesús estuvo pendiente siempre de él y lo designó como su “hora”. Cuando llegue “su hora”, Él se entregará voluntariamente. Esa muerte tenía que ocurrir en Jerusalén y por eso, al aproximarse el momento fijado por el Padre, Jesús se puso en marcha. La palabra que Lucas emplea y que se traduce como “tomó la decisión de ir” tiene el matiz de gran firmeza y de clara conciencia de lo que allí iba a suceder.
Tomó el camino más corto desde Galilea, en donde se encontraba, que era atravesando la región de Samaria. Los samaritanos eran acérrimos adversarios de los judíos y especialmente por cuestiones religiosas. Esto explica que en una aldea, donde Jesús quiso pernoctar, cerraron todas sus puertas a aquel grupo de judíos por ser judíos y porque además iban al templo de Jerusalén. Santiago y Juan parece que tenían un carácter violento, los demás los apodaban “los hijos del trueno”. Se indignaron y pidieron al maestro permiso para pedir a Dios que les hiciese lo que a Sodoma y Gomorra. Pero Jesús no sólo no lo hizo sino que además les reprendió. Porque la fe no se defiende ni se propaga con la violencia sino con la razón y la conducta conforme al Evangelio. Cristo fue el que primero lo hizo y pagó con su sangre. Igual hizo la Iglesia después a lo largo de los siglos, en los que se hizo proverbial la frase “sangre de mártires, semilla de cristianos”. Tampoco en nuestros días han faltado ni faltan los mártires.
Nuestra fe no nos extrañe que sea ridiculizada y atacada. Nosotros debemos dar razón de ella. Y tengan en cuenta que los que nos atacan, lo hacen muchas veces porque ellos vacilan y buscan una defensa atacando nuestra fe. Pidan a Dios que les dé a ustedes la gracia de ser apóstoles en el medio en que vivan: la familia, el trabajo, cualquier otro ambiente. La práctica convencida es el primer medio, luego hay que conocerla a fondo, gustar de su belleza y riqueza, saber responder a los errores y dificultades que suelen poner los que no la practican y los de otras religiones.
Los versículos siguientes ofrecen dificultad, sobre todo en el caso del tercer candidato a seguir a Jesús. Al primero le recuerda el Señor la exigencia de estar dispuesto a soportar la pobreza más absoluta. En la respuesta al segundo se entiende que no se trata de que haya recibido noticia de la muerte del padre entonces; en ese caso ya habría marchado y no estaría entonces presente en el grupo; lo que pide es esperar a que su padre acabe sus días en este mundo. El Señor le da una respuesta seca y se lo niega. La respuesta al tercero entiendo que es la más difícil de interpretar. Puede suponerse que las despedidas familiares en las antiguas culturas orientales son largas y complicadas; pero no me parece que esto justifica del todo la respuesta. Jesús le habla de lo más duro; prácticamente lo echa. A la luz de sus palabras –“el que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale para el Reino de Dios”– parece que Jesús adivina cierta duda; tal vez quiere pensarlo mejor, aconsejarse más; a su familia la va a ver posteriormente, pues Jesús sigue en Palestina. Jesús lo trata de cobarde y no fiable; no vale.
El conjunto de las tres respuestas vienen a constituir exigencias fundamentales para los apóstoles de Jesús. Los quiere pobres, desprendidos de toda comodidad; los quiere entregados totalmente al anuncio del Reino, libres de cualquier compromiso que se lo impida; los quiere firmes, seguros de haber elegido bien y lo mejor, comprometidos hasta la muerte.
No es de extrañar que la Iglesia, inspirada en estas palabras y otras semejantes de Jesús, haya ido construyendo un ideal de sacerdotes que tengan presentes estos valores evangélicos. Ha sido la fuerza del Espíritu la que ha inspirado y dado vida a personas así desde los comienzos de la Iglesia. No fue la autoridad la que descubrió ni creó en la Iglesia la vida religiosa ni el celibato sacerdotal. Todo empezó en el corazón de fieles sencillos que quisieron hacer de su vida un holocausto a Dios. Sin bienes, sin familia, hambrientos de Dios se retiraron al desierto para estar con Dios. Allí iban otros fieles a aprender cómo encontrar a Dios, ellos mismos iban a las ciudades en los momentos de persecución para sostener la fe de sus hermanos. Las comunidades cristianas empezaron a elegirlos como presbíteros y obispos. Así comenzó la vida religiosa y el celibato en la Iglesia. Es la consecuencia radical de la llamada a seguir a Cristo, asumiendo su misión apostólica. Nada ni nadie los debe detener, nada ni nadie lo debe impedir.
Las vocaciones religiosas y sacerdotales son un don y una bendición para el elegido y para la Iglesia. Pidan ustedes esta gracia para la Iglesia. Hoy hay muchas ovejas que carecen de pastor y no se nutren de forma debida; y hay ovejas perdidas que necesitan que se las busque.
 Una familia cristiana no estorba que el Señor invite a uno de sus miembros a un seguimiento radical. Al revés, debe sentirse privilegiada y apoyar sobre todo con su oración el que esa vocación se desarrolle hasta el final.

Y los elegidos estimen su vocación como a la margarita preciosa del Evangelio. Manténganse en la firme decisión de apreciar como un precio cómodo la renuncia a cualquier cosa que pueda estorbar su realización. María, Madre de los discípulos, se lo hará comprender.


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