Homilía de la Solemnidad de la Ascensión del Señor (C) Domingo 12 de mayo del 2013

Nuestro Redentor asciende al Cielo y nos prepara un lugar

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Hch 1,1-11; S 46; Ef 1,17-23; Lc 24,46-53




“Les conviene que yo me vaya” (Jn 16,7). Se lo dijo Jesús en la Última Cena. No lo podían creer. Si nos lo dijese hoy a nosotros, tampoco lo creeríamos. Viene el Papa, como lo hará dentro de un mes a Brasil, y miles de creyentes irán a escucharle, pecadores de años se confesarán, miles recibirán la Eucaristía, muchos enfermos recibirán su bendición, los niños correrán a su encuentro… ¿Qué sería si viniese Jesús en persona? ¿No sería mejor que, una vez resucitado y para no morir, se hubiese quedado entre nosotros de tal modo que le pudiéramos, ver, escuchar, tocar…? Hacemos nuestra la poesía del piadoso religioso y poeta, que le inspirara este misterio: «¿Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro, en soledad y llanto; y Tú, rompiendo el puro aire, te vas al inmortal seguro?... Ay, nube envidiosa aun de este breve gozo, ¿qué te quejas? ¿Dónde vas presurosa? ¡Cuán rica tú te alejas! ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!».

Sin embargo estaba equivocado. Como lo estamos nosotros si es que pensamos igual. El Señor se habría quedado si hubiera sido mejor para nosotros. Pero nos convenía y nos conviene que se haya marchado al cielo. ¿Por qué?. En primer lugar subiendo al Cielo demuestra que el camino, que ha  recorrido, es el que abre las puertas de la felicidad y de la realización plena de su destino. Dado que Jesús es el cabeza natural de la humanidad y que nos representa a todos, su Ascensión al Cielo nos abre el camino y nos garantiza a nosotros que, siguiendo sus pasos, también nosotros llegaremos allá, pues nuestro destino último es seguirle. Lo dijo también a sus discípulos: “Me voy para prepararles a ustedes un lugar; porque en la casa de mi Padre hay muchos lugares” (Jn 14,2). Por negra y pecadora que haya sido nuestra historia, la Ascensión de Jesús, triunfador de la muerte, del pecado y del Diablo, nos ha abierto a nosotros las puertas del Cielo.

El estímulo de la recompensa futura despierta y sostiene el esfuerzo a veces sobrehumano de los hombres. Los hombres que calificamos como grandes, científicos, políticos, guerreros, deportistas, santos han logrado su grandeza con esfuerzo, superando grandes dificultades y hasta la misma incredulidad de muchos otros. Cristo resucitado ascendiendo al Cielo nos garantiza a nosotros que su camino es el justo, que creyendo en Él también nosotros subiremos a donde Él está y saciaremos nuestras infinitas aspiraciones tanto de saber, como de poseer y gozar de la verdad y del amor infinitos.

Nos conviene que Jesús haya subido ya al Cielo para que nosotros miremos y aun no dejemos de mirar hacia allí. El ángel les dijo a los discípulos que no siguieran mirando al Cielo. Pero lo dijo en otro sentido. Mirando al Cielo, estaban recordando el pasado y, anclados en el pasado, no se asciende. “¡Cómo me aburre la tierra cuando miro el cielo!”, decía San Estanislao de Kostka a sus compañeros jesuitas. De grandes dotes naturales e hijo de una familia poderosa, había dejado todo aquello para seguir a Cristo. Vivía mirando al Cielo sin que ninguna nube le impidiese ver a Jesús y a María, también entrañablemente amada como Madre.

Si hubiera sido mejor para nosotros, Jesús se hubiera quedado en este mundo de la misma manera que en aquellos 40 días, en los que de vez en cuando se aparecía a sus discípulos. Sin embargo eso no hubiera sido lo mejor; se lo dijo el mismo Jesús: “Les digo la verdad. Les conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito,… el Espíritu de la verdad, que les guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,7.13).

Ya habían recibido una primera infusión del Espíritu Santo en la primera aparición de Jesús a todos sus fieles, fuera de Tomás, reunidos en el Cenáculo en la noche del domingo mismo de la resurrección. Ahora, cuando les despedía y bendecía, creyeron en la promesa de un nuevo envío del Espíritu Santo. Pese a que visiblemente se alejaba, la fe en sus corazones se fortalecía y sus corazones se llenaban de gran alegría. Sin ver les era muy claro que el Señor subido al Cielo les preparaba un lugar y que estaba muy cercano. Por eso sentían la necesidad de orar, de orar juntos y de bendecirle. Y descubrieron la importancia de unirse a la oración de la Madre.

El mes de mayo es un mes que la piedad cristiana, con una fe sostenida por el Espíritu Santo, dedica muy especialmente a María. Conservemos con prácticas sencillas la devoción a María, como aquel sacrificio diario que nos esforzamos en ofrecerle. Hoy también es el Día de la madre. Oremos por ella, démosle gracias por sus sacrificios para bien nuestro, por el ejemplo de su fe y pidamos para ella la bendición del Señor.

Comentando la Ascensión, dice el Papa San León que en ella entendieron que Jesús estaba en el Cielo y también cerca de nosotros. Ahora, cuando no lo vemos con los ojos de carne, está cerca y actúa en los sacramentos. Él perdona, Él alimenta con el pan consagrado, Él bautiza, Él confirma, Él bendice, Él nos reúne en la misa, nos explica la Escritura, nos alimenta con su cuerpo, nos une a su sacrificio del Calvario, nos garantiza una muerte llena de esperanza y subiendo al Cielo tras la estela de su Ascensión.

Que la Virgen María, que con Jesús también nos espera, tenga la bondad de pedir todo esto también para nosotros. Amen.


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