Jesús de Nazaret - 9º Parte

P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA



10. La Resurrección y el sentido de la Glorificación - Exaltación


Al hablar del Misterio Pascual decíamos que éste tiene como dos tiempos:

1. La pasión y muerte de Cristo, es el aspecto kenótico - sacrificial, en el que Cristo se ofrece al Padre en la cruz como víctima propiciatoria en favor de la salvación de los hombres,
2. La Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, es el aspecto triunfal y glorioso de Cristo como premio al cumplimiento, en obediencia de la voluntad del Padre.

El Padre con el poder del  Espíritu Santo lo resucita de entre los muertos, es glorificado y exaltado a la diestra de Dios Padre, Rom 1, 4; 8, 11.

S. Pablo lo explica de esta manera: "Y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de Cruz. Por lo cual le exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todos los nombres, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor (Kyrios) para gloria de Dios Padre", Fil 2, 8-11. Así se completa el ciclo del "paso" (Pascua), de Cristo de este mundo, a la gloria del Padre.

«Os anunciamos la Buena Nueva de que la Promesa hecha a los padres Dios la ha cumplido en nosotros, los hijos, al resucitar a Jesús» (Hch 13, 32-33). La Resurrección de Jesús es la verdad culminante de nuestra fe en Cristo, creída y vivida por la primera comunidad cristiana como verdad central, transmitida como fundamental por la Tradición, establecida en los documentos del Nuevo Testamento, predicada como parte esencial del Misterio Pascual al mismo tiempo que la Cruz:

10.1. El acontecimiento histórico y trascendente

El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento. Ya S. Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: «Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce» (1 Cor 15, 3-4). El apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su conversión a las puertas de Damasco.

10.2. Las apariciones del Resucitado

Los Doce apóstoles no habían comprendido las predicciones  de la pasión muerte y resurrección que por tres veces  narran los sinópticos. Por esto la  muerte y sepultura de Jesús los había desconcertado y cegado, Mc 16, 14, Lc 24, 21-24. Ver el sepulcro vacío no les llevó a ninguna conclusión para convencerles de que había resucitado, antes prefirieron creer que había sido raptado su cadáver. Lc 24, 11. Sólo Juan al ver el sepulcro vacío y los lienzos sobre  la piedra "vio y creyó". Jn  20, 8.

Después del acontecimiento de la resurrección dan comienzo las "apariciones" de Jesús resucitado. En Hech 13, 31 se dice "que se apareció durante muchos días", no a todos, sino a los que habían convivido con El. Quien se aparece es, ciertamente, Jesús de Nazaret; los apóstoles lo ven y lo tocan, Lc 24, 36.40; Jn 20, 19. 29; comen con Él, Lc 24, 29. Y está presente entre ellos no como un fantasma sino con su propio cuerpo. Lc 24, 37. Jn 20, 20. Jesús repite entre ellos el gesto de partir el pan, lo cual permite que le reconozcan, Lc  24, 30, s.s.

Jesús con sus apariciones cumplió varias funciones importantes en favor de sus discípulos, con los apóstoles a la cabeza.

1. La primera función que Jesús confirma en la fe a los discípulos dándose a conocer (la aparición concreta en sí).
2. La segunda, es el de consolar a los que estaban tristes por el "escándalo de la cruz".
3. La tercera, es instruir a los que habían olvidado sus enseñanzas. Lc 24, 25-27.
4. La cuarta, es unir  alrededor de El a los que habían sido dispersados por los acontecimientos del Viernes Santo.
5. Finalmente, antes de subir al cielo los envía a predicar el evangelio.
           
De aquí se siguen los siguientes aspectos: Jesús con sus apariciones nos enseña cómo:

- Infunde la fe a los que la han perdido
- Consuela a los que están tristes y escandalizados por la cruz
- Instruye a los que son ignorantes del Misterio Pascual
- Une a los que andan dispersos porque ha desaparecido su Pastor.
- Envía a sus apóstoles a evangelizar  todo el mundo.

Otro aspecto que podemos resaltar es la "delicadeza", la "atención" que Jesús Resucitado  tiene con sus discípulos débiles. Jesús sale al  encuentro de los suyos, de los que ama, tiene palabras de delicadeza y ternura, con María Magdalena, Jn 20, 15. "Le dice Jesús, Mujer, ¿Por qué lloras? ¿A quién buscas?, ella contestó...".

La aparición a las santas mujeres, que iban a embalsamar el cuerpo de Jesús enterrado a prisa en la tarde del Viernes Santo por la llegada del Sábado,  fueron las primeras en encontrar al Resucitado. Así ellas fueron las primeras mensajeras de la Resurrección de Cristo para los propios apóstoles; La aparición a los discípulos "desolados" de Emaús, también sale a su encuentro: "y mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos", Lc 24, 15. 
Sale también al encuentro de los Apóstoles en el cenáculo. Estos se asustan y Jesús con infinita paciencia y caridad les muestra los estigmas de las llagas de las manos y del costado, Lc 24, 36-43.
Finalmente la delicadeza que tiene con el Apóstol Tomás. Se aparece por segunda vez y Tomás presente y Jesús con bondad se dirige a Tomás y lo aproxima a sí y le hace tocar sus llagas, para que crea, y no sea incrédulo. Jn 20, 26-29.

También se le apareció a Pedro, aunque no sabemos cómo se realizó este encuentro. En todo ello Jesús se manifiesta con infinita sencillez y paciencia  a "los suyos", a los que le han seguido hasta el final. Jesús, el amigo fiel que no se olvida de los suyos.

Como testigos del Resucitado, los apóstoles son las piedras de fundación de su Iglesia. La fe de la primera comunidad de creyentes se funda en el testimonio de hombres concretos, conocidos de los cristianos y, para la mayoría, viviendo entre ellos todavía. Estos «testigos de la Resurrección de Cristo» son ante todo Pedro y los Doce, pero no solamente ellos: Pablo habla claramente de más de quinientas personas a las que se apareció Jesús en una sola vez, además de Santiago y de todos los apóstoles.

 

10.3. La Resurrección como acontecimiento trascendente, obra de la Santísima Trinidad

«¡Qué noche tan dichosa – se canta en la Pascua de la resurrección - sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos!». En efecto, nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo de la Resurrección y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Por eso, Cristo resucitado no se manifiesta al mundo sino a sus discípulos, «a los que habían subido con él desde Galilea a Jerusalén y que ahora son testigos suyos ante el pueblo» (Hech 13, 31).

La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención trascendente de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las tres Personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia originalidad. Se realiza por el poder del Padre que «ha resucitado» (Hech 2, 24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta su humanidad - con su cuerpo - en la Trinidad. Jesús se revela definitivamente «Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos» (Rom 1, 3-4). S. Pablo insiste en la manifestación del poder de Dios por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor.

En cuanto al Hijo, él realiza su propia Resurrección en virtud de su poder divino. Jesús anuncia que el Hijo del hombre deberá sufrir mucho, morir y luego resucitar (sentido activo del término). Por otra parte, él afirma explícitamente: «Doy mi vida, para recobrarla de nuevo... Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo» (Jn 10, 17-18). «Creemos que Jesús murió y resucitó» (1 Tes 4, 14).


10.4. Sentido y alcance salvífico de la Resurrección

«Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe» (1 Cor 15, 14). La Resurrección constituye ante todo la confirmación de todo lo que Cristo hizo y enseñó. Todas las verdades, incluso las más inaccesibles al espíritu humano, encuentran su justificación si Cristo, al resucitar, ha dado la prueba definitiva de su autoridad divina según lo había prometido.

La Resurrección de Cristo es cumplimiento de las promesas del Antiguo Testamento y del mismo Jesús durante su vida terrenal. La expresión «según las Escrituras» indica que la Resurrección de Cristo cumplió estas predicciones.

La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su Resurrección. El había dicho: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy» (Jn 8, 28). La Resurrección del Crucificado demostró que verdaderamente, él era «Yo Soy», el Hijo de Dios y Dios mismo. S. Pablo pudo decir a los judíos: «La Promesa hecha a los padres, Dios la ha cumplido en nosotros... al resucitar a Jesús, como está escrito en el salmo primero: "Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy"» (Hech 13, 32-33).

La Resurrección de Cristo está estrechamente unida al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios: es su plenitud según el designio eterno de Dios.

Hay un doble aspecto en el Misterio Pascual:

1. con su pasión y muerte nos libera del poder del pecado,
2. con su Resurrección nos abre el acceso a una nueva vida.

Esta es, en primer lugar, la justificación que nos devuelve a la gracia de Dios «a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos... así también nosotros vivamos una nueva vida» (Rm 6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva participación en la gracia.

Con la resurrección se realiza, se nos otorga la verdadera filiación divina, somos hechos verdaderamente hijos de Dios, porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: «Id, avisad a mis hermanos» (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su Resurrección.

Por último, la Resurrección de Cristo - y el propio Cristo resucitado- es principio y fuente de nuestra resurrección futura: «Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que durmieron... del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo» (1 Cor15, 20-22). En la espera de que esto se realice, Cristo resucitado vive en el corazón de sus fieles. En Él los cristianos «saborean los prodigios del mundo futuro» (Hebr 6, 5) y su vida es arrastrada por Cristo al seno de la vida divina para que: “ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Cor 5, 15).



Continuará.

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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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