Homilía: Domingo 25º T.O. (C), 19 de Septiembre


Lecturas: Am 8,4-7; S 112; 1Ti 2,1-8; Lc 16,1-13

Dios o el dinero:
Hay que elegir


P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.




Hace ya algunos domingos el evangelio recordaba el peligro de la ambición del dinero y la necesidad de la limosna. Hoy se vuelve sobre el tema. Hoy y el domingo próximo, en que se leerá la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, se insiste en advertir acerca del debido uso de las riquezas y del deber de la limosna. Ambos puntos son de gran importancia para la vida cristiana.
Literariamente la parábola está construida con mucho realismo. La investigación documental del tiempo corrobora que en los tiempos de Jesús las cosas se hacían así.

El rico de la parábola era un propietario legítimo de su fortuna, que se ve que era muy grande. Representa a Dios, que es el supremo Señor de todos los bienes creados. Su administrador es cualquier hombre, cualquiera de nosotros, que posee algunos bienes con los que vive él y su familia.

Admitida la existencia de Dios y la continua acción de su providencia sobre el mundo, hemos de creer que nuestros bienes materiales proceden de la acción creadora de Dios y de las leyes que Dios les ha dado y sirven a su conservación y multiplicación. Todo ello y los intrincados vericuetos, por los que han llegado a nuestras manos, los ha querido y dirigido Dios para que, usándolos según su voluntad, realicemos el plan que ha querido para cada uno. Desde el punto de vista de la fe, pues, reconocemos que todo lo que tenemos, sean los que sean los medios por los que han llegado a nosotros, lo han sido por voluntad de Dios. De su empleo nos va pedir cuentas a la hora de la muerte. La parábola de los talentos nos recuerda a todos estas cosas (Mt 25). Todos los talentos de que disponemos, uno, tres o cinco, son de Dios y nosotros tenemos la obligación de que den fruto.

La parábola toma pie de un hecho no infrecuente en la sociedad de entonces. No era raro que grandes propietarios de las feraces zonas del delta del Nilo y otras dejasen la administración de sus tierras a una persona para poder vivir ellos así cómodamente en las ciudades. Estafas de este tipo tampoco eran raras. No faltaba gente comodona incapaz de asumir la dedicación y esfuerzo, que exige la gestión de grandes tierras, y aun ayuna de conocimientos, que aguantaba que les robasen sus administradores a cambio de vivir tranquilos y disfrutar de la comodidad de la ciudad. Sus grandes riquezas e ingresos les permitían dejarse robar de esa manera.

El tipo de administrador y el truco sinvergüenza de asegurarse el futuro con la colaboración de los deudores igualmente sinvergüenzas no era en aquellos tiempos tan infrecuente y era bien conocido. La parábola no aprueba la conducta moral del administrador. Al contrario lo califica de “injusto”, Simplemente dice que fue astuto, pues de esa manera logró poder seguir viviendo con holgura. Fue inteligente para lo suyo. Esto es lo que Jesús ve de bueno en él. Nos lo pone como ejemplo de talento práctico, aunque empleado para el mal, a fin de que nos estimule a ser inteligentes para el bien. “Y es que los hijos de este mundo –los que no tienen fe ni esperan otro– son más astutos con su gente que los hijos de la luz. Por eso les digo: Gánense amigos con el dinero injusto, para que, cuando les falte, los reciban a ustedes en las moradas eternas”. A modo de comentario marginal, es de señalar en las palabras de Jesús que revelan la verdad de fe de la existencia de “las moradas eternas” y del castigo que supone su pérdida, también eterna, y que reafirmará en la parábola del Epulón, que vendrá a continuación.

Jesús llama aquí al dinero “injusto” y lo repetirá luego. No dice que toda persona rica lo sea por haber recurrido a medios inmorales; pero es injusto porque el deseo de tenerlo suscita la tentación de adquirirlo sea como sea aun por medios inmorales, y porque emplearlo moralmente bien no es fácil.

Y prosigue Jesús: “El que es de fiar en lo poco, lo es también en lo mucho; el que no es honrado en lo mínimo tampoco en lo importante es honrado”. Una persona que se pringa administrando poco, imagínense lo que haría si se encontrase ante cantidades mucho más grandes. Robos mucho mayores podrían pasar desapercibidos. “Lo poco” y “lo mucho”, “lo mínimo” y “lo importante” son aquí los bienes materiales de este mundo y los bienes sobrenaturales de la gracia, de los dones espirituales, de las virtudes y de la gloria eterna. Estos son “los bienes verdaderos” y los que “les pertenecen a ustedes”, mientras el dinero es de nuevo calificado como “injusto y “ajeno”. “Si no fueron de confianza con el injusto dinero, ¿quién les confiará los bienes verdaderos? Y si no fueron fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?”. Si se pierde lo propio, no tiene más consecuencias; pero si se malbarata lo ajeno, se pasa por el baldón de ser irresponsable y persona no confiable y normalmente hay que reponer la pérdida. Por eso la persona responsable pone en general más cuidado con lo ajeno que con lo propio. “Lo que nos pertenece”, a lo que estamos destinados, lo que quiere Dios otorgarnos, lo nuestro, son la gracia y dones sobrenaturales; mientras que los bienes de este mundo no son para nosotros, son “ajenos” y prestados y habrá que dejarlos aquí; son como esos agujeros negros, de los que hablan los científicos, que absorben y desaparecen todo. Puede que se hagan ricos; pero en virtudes no se hará mejores.

Jesús añade un nuevo argumento y concluye con una frase lapidaria: “Ningún siervo puede servir a dos señores, pues odiará a uno y amará al otro o será fiel a uno y despreciará al otro. No pueden servir a Dios y al dinero”. Tanto Dios como el ansia de hacerse rico exigen el esfuerzo total de la persona. Dios pide un amor con todo el corazón y todas las fuerzas. Hay que elegir entre uno y otro. La persona que tenga como máximo valor e interés en la vida el hacerse rico, no recibirá dones sobrenaturales ni gracia en abundancia, no los aprecian ni los agradecen. Los santos padres indican como medios para el progreso en el amor de Dios a la oración, el ayuno y la limosna.

Piense cada uno de nosotros a la luz de este evangelio de qué suele hablar, cuáles son sus preocupaciones y temores más normales, qué es lo que más valora en sus amigos, qué metas personales tiene, en qué gasta su dinero, cuánto da de limosna. Si los hechos le dicen que para él el dinero ocupa un lugar privilegiado, no se extrañe, por ejemplo, de su dificultad para encontrar a Dios por mucha oración que haga; de continuar tiempo y tiempo con los mismos defectos; de tener tal vez muchas relaciones y pocos amigos de confianza; de tener cosas pero faltarle la alegría. Que el Señor nos ilumine a todos con su luz.
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