Homilía: Solemnidad de la Asunción de María al cielo (C)


Lecturas: Ap 11,19;12,1.3-6.10; 1Co 15,20-27; Lc 1,39-56

María en la Iglesia;
María en nosotros, en la Iglesia


P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.



Muchas cosas de la realidad y la vida son anteriores a su conocimiento por el hombre. La existencia y necesidad del agua para la vida la ha conocido mucho antes de saber su composición química (probablemente algunos de ustedes no la conocen ni les hace falta saberlo, pero saben que es muy necesaria y la beben y han bebido siempre). En la fe y vida cristiana ocurre también esto con mucha frecuencia. La teología viene después de la vida cristiana. Se hace teología sólo después de haber creído y vivido la fe. Luego esa teología vuelve a alimentar la fe y así se va creciendo en Cristo paso a paso pero continuamente. Es lo que ha sucedido en el caso de la devoción a la Virgen María. Algunas ideas las voy a repetir de otros años, pero creo necesario hacerlo para, teniéndolas presentes, se entiendan mejor.

Ni la fe ni sus verdades son como un objeto, una especie de cuadro, que estaría ahí, expresando un mensaje que no variaría con el tiempo. Leerlo, entenderlo bien es leer y entender lo que está pintado. Esto requiere reflexión y hay progreso, porque normalmente el artista ha querido expresar muchas cosas y sentimientos profundos y personales.

Las verdades de fe tienen también este aspecto, pero hay más. La fe es virtud y por tanto es en cada uno una fuerza, una capacidad nueva sobrenatural (que Dios nos ha dado en el bautismo) para ir entrando más en los misterios revelados, para ir leyendo sus signos, para ir conociendo mejor, gustando más y aprovechando mejor todo lo que Dios ha comunicado y quiere comunicarnos con la Revelación. Sucede algo parecido a lo que nos pasa al estudiar o leer algo que nos resulta difícil. Con una primera lectura no acabamos de comprender; pero volviendo a leer, reflexionando, acudiendo a otros conocimientos ya adquiridos, poco a poco se va entendiendo mejor. Cualquier estudiante ha experimentado este fenómeno.

De la Virgen María parece que hallamos pocas cosas en los evangelios. Pero hay cosas muy importantes detrás. Desde el principio aparece revelada la concepción virginal de Jesús y su divinidad desde el momento de la concepción en el seno de María; es pues verdadera Madre de Dios en el sentido fuerte de la expresión pues de su cuerpo fue hecho el cuerpo de Jesús y aquel cuerpo fue asumido por la segunda persona de la Trinidad, el Hijo, desde el primer instante, de modo que nunca existió el cuerpo de Jesús sin que fuera el cuerpo del Hijo de Dios. Por eso María es la Madre de Dios.

También el evangelio de Juan nos revela la maternidad espiritual de María, respecto a todos nosotros, los discípulos de Jesús. Se trata de una maternidad análoga, parecida, no exactamente igual, pero real. En la riqueza de esta maternidad la Iglesia ha ido progresando a través de los siglos.

El proceso de profundización y crecimiento en la fe es provocado y estimulado por el Espíritu Santo a través de personas dóciles a él: los santos, los doctores de la Iglesia, la piedad profunda de muchos creyentes... El proceso se hace bajo la mirada de la Iglesia, dotada por Cristo del don de la infalibilidad. Este don actúa como garantía, una especie de dique que evita salirse del camino de la verdad revelada y de la fe de la Iglesia. Tal don actúa normalmente sin apenas notarse, pero ciertamente actúa eficazmente de modo que la fe la Iglesia no vaya por caminos equivocados.

En concreto y respecto al culto a la Madre de Dios la penetración en lo revelado sobre ella ha ido enriqueciéndose con: el aporte de muchos textos y personajes de la Biblia que han dado mayor luz, escritos teológicos, oraciones litúrgicas y otras, cantos, poesías, obras de arte, imágenes y lugares de culto, peregrinaciones, milagros debidos a su intercesión, apariciones, fiestas litúrgicas, adopción de su nombre o del de sus atributos por personas o grupos de fieles... Todo se ha ido realizando con la garantía de la mirada, en conjunto infalible, de la Iglesia, que también a veces ha desautorizado algunas cosas.

La solemnidad de hoy celebra el misterio de la Asunción de María al Cielo. Celebra la verdad dogmática, perteneciente a la fe de la Iglesia, de que María, acabando su vida, sea por muerte natural y luego resucitando o en forma parecida a la del profeta Elías (2Re 2,11), fue llevada en cuerpo y alma al Cielo. Allí fue coronada como Reina y Madre de la Iglesia y de todos los hombres, por los que intercede ante su Hijo y el Padre.

El Catecismo de la Iglesia Católica afirma con decisión que María “es verdaderamente la madre de los miembros de Cristo” (963). “El papel de María con relación a la Iglesia (ser la Madre de todos los cristianos) es inseparable de su unión con Cristo, deriva directamente de ella”. Es decir que no conocemos plenamente a María y su relación con Jesús si no la conocemos como nuestra Madre. Especialmente decisiva fue esa unión en la pasión. “Allí, por voluntad de Dios, estuvo al pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26-27)” (964). “Su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más lejos. Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia” (968).

“Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia... hasta la realización plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su misión salvadora sino que continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora” (969).

Por eso no debemos poner reparos en dar a María un lugar preeminente en nuestra relación con Jesús. Como acción maternal de María en la Iglesia pone el Catecismo su oración después de la Ascensión pidiendo el Espíritu Santo para la Iglesia (965). Y más adelante dice que “en la oración el Espíritu Santo nos une a la persona del Hijo... y así nuestra oración filial se une y participa en la Iglesia con la Madre de Jesús” (2673). La devoción a la Virgen María, humilde y fuerte, nos acerca a Jesús y abre el Corazón de la Trinidad para que venga a nosotros el Reino de Jesús y nos sea enviado el Espíritu, que necesitamos para entrar en los misterios del amor de Jesús, vivirlos y manifestarlos.


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