Homilía: Domingo 22º T.O. (C), 29 de Agosto


Lecturas: Eclo 3,19-21.30-31; S. 67; Hb 12,16-19.22-24;Lc 14,1.7-14

A los humildes da su gracia

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.



Es posible que algunos de ustedes hayan descubierto cómo hago mis homilías. Procuro explicar algún punto de la fe o moral cristiana, pero al mismo tiempo intento en lo posible darles idea de cómo se han ido escribiendo los evangelios y demás libros de la Escritura.

El texto de hoy comienza así: “Entró Jesús en casa de uno de los principales fariseos para comer”. No nombra ni el pueblo o ciudad, ni cómo se llamaba el fariseo, ni qué familia tenía, ni qué cargo tenía”. Un periodista o un historiador nos hubiera precisado varios o todos de esos detalles. Pero a los evangelistas sólo interesa darnos noticia de Jesús, de su persona y su mensaje, que es el camino de salvación para todos.

Es interesante, creo, notar en el texto la actitud de Jesús, que denota su conciencia de sí mismo de no ser una persona cualquiera. Jesús está invitado a la casa de una persona importante y asisten también otros personajes amigos asimismo importantes. Ante ellos y a ellos Jesús habla con autoridad sorprendente y aun se permite criticarlos. Es un signo entre otros muchos de que Jesús se considera por encima, de que en éste, como en todos los momentos de su vida, Jesús se sabe ser Dios, el Hijo del Padre, enviado como maestro de la verdad.

Otra observación sobre cómo leer la Biblia: Cuando en los evangelios se dice que Jesús dijo algo, lo hacen como lo hacemos también nosotros. No tenemos la pretensión de repetir palabra por palabra lo que hemos oído, sino que comunicamos el sentido, la idea, aunque con palabras diferentes. Por eso en los diversos evangelios encontramos con frecuencia en boca de Jesús una misma idea expresada con palabras diferentes.

Pero hoy hemos escuchado la frase: “Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. Jesús era un gran orador y los oradores repiten con frecuencia ideas y formulaciones que juzgan tienen fuerza especial para impresionar. Aquella frase, formulada igual, aparece otras veces en los evangelios. Da la impresión de que el evangelista la recuerda y ha querido recordarla al pie de la letra como dicha así por Jesús.

Como habrán caído en la cuenta, la perícopa está centrada en la virtud de la humildad y en la predilección por los pobres: “Cuando te inviten, vete a sentarte en el último puesto”. “Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos”. También en la primera lectura leemos: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad…Hazte pequeño en las grandezas humanas y alcanzarás el favor de Dios; porque es grande la misericordia de Dios y revela sus secretos a los humildes”. “Preparaste, oh Dios, —hemos respondido en el salmo— casa para los pobres. Padre de huérfanos, protector de viudas,… Tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres”. Días atrás, el día de la Asunción de María, recordamos su canto triunfal: “Porque ha mirado la pequeñez de su esclava; dispersa a los soberbios de corazón y enaltece a los humildes” (Lc 1,48.51s). La preferencia por ser de los últimos es recomendada con énfasis y repetidamente en los evangelios, igual que la petición de hacerse como los niños. “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” dice Santiago (4,6; 1Pe 5,5).

Si examinamos lo que nos sucede a nosotros y a los demás, vemos que la mayor parte de los conflictos son causados por la soberbia. Discusiones y riñas en la familia, maledicencias, mentiras para ocultar descuidos o faltas, envidias por lo que otros tienen o por sus éxitos, tristeza por los fracasos y otros muchos pecados y defectos grandes y pequeños tienen la mayor parte de las veces su raíz en la falta de humildad. Aun la misma negligencia en la oración ¿no está manifestando que nos sentimos autosuficientes, sin necesidad de la ayuda de Dios ni siquiera de invocar su perdón?

“La humildad es la base de la oración” afirma el Catecismo de la Iglesia. “Humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios” (2559). La primera actitud que la criatura ha de tener ante Dios, su creador, es adorar y adorar es humillar el espíritu en presencia de Dios tres veces santo y soberanamente amable (CIC 2628). Sólo si con humildad se lee la palabra de Dios, se llega a comprenderla y aplicarla bien. “La humildad nos hace reconocer que ‘nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se le quiera revelar’, es decir ‘a los pequeños” (CIC 2779).

Más que importante, necesaria la humildad; sin embargo es difícil. Muchas veces lo había repetido el Señor. Con todo poco antes de morir, en la última cena, todavía están los discípulos disputan por ser el primero. Jesús tiene el gesto de lavarles los pies para que por fin aprendan (Lc 22,24-27; Jn 13,4-17).

Mediten, hermanos, con especial atención las recomendaciones bíblicas a la humildad. Pidan caer en la cuenta de sus propias faltas y actitudes contrarias. Tomen conciencia de ellas. Reconozcan sus faltas y limitaciones. La confesión es un gran medio para mejorar en humildad. No se quejen, cállense cuando son víctimas de algún trato que los humilla, agradezcan a Dios lo bueno que les ocurre y pídanle saber sufrir humillaciones y vivirlas en la paz y la alegría, porque ese es el camino de Jesús, quien “siendo Dios, aceptó la humillación de un esclavo, haciéndose obediente hasta la muerte de cruz y por eso el Padre lo elevó para dominarlo de todo” (Flp 2,6-11).

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