Homilía: Domingo 1º de Cuaresma (C)







Lecturas: Dt 26,4-10; Ro 10,8-13; Lc 4,1-13

Llevado del Espíritu al desierto

P. José R. Martínez Galdeano, S.J.



Este tiempo de la cuaresma, que hemos comenzado, sólo tiene sentido para nosotros los cristianos. En él nos preparamos para vivir la gran fiesta, el gran misterio de Jesús, que nos esforzamos por incorporar a nuestra existencia lo más a fondo posible. Resucitamos un día con Cristo en el bautismo y desde entonces intentamos que esa unión con Cristo resucitado sea lo más vigorosa para que así se prolongue eternamente. Porque mientras tanto nadie está seguro. Estamos en prueba hasta la hora de la muerte.

La experiencia nos dice que a veces caemos en pecado. Otras veces desde el exterior nuestro y también en nuestro propio interior surgen impulsos y movimientos que nos hacen el pecado apetecible y atractivo. Sencillamente, somos tentados hacia el mal.

El evangelio de hoy habla de tentaciones, que Cristo padece, y de Satán, príncipe de los demonios. La existencia real de Satán y del resto de los demonios está ampliamente atestiguada en la Sagrada Escritura tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Es una verdad de fe, que pertenece al tesoro de la Revelación. El Demonio existe, es un ser real y actúa por separarnos de Dios para que obremos el mal y nos condenemos. No hay que engañarse sobre ello.

Llevado por el Espíritu Santo, retirado en el desierto para orar y ayunar, hasta el mismo Cristo es tentado. No nos engañemos. Nunca en este mundo estaremos libres del todo de ser tentados, por más que nos esforcemos llevando una vida santa. Pero tampoco hay que angustiarse. La tentación no es que Dios nos haya abandonado, ni que Dios esté lejos, ni que vayamos mal en la vida cristiana. Cristo era llevado del Espíritu y fue tentado.

No nos extrañe que nosotros seamos tentados. San Pedro nos lo advierte con claridad: “Su adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar” (1Pe 5,8).

A nosotros el Demonio nos suele tentar con el apoyo de la concupiscencia y de la presión social, que muchas veces es contraria a lo que nos aconseja el Evangelio, es decir con la ayuda de la “carne” y del “mundo”, que con el Demonio integran el trío de los enemigos de la salvación de que habla el catecismo. Pero a Cristo no podía tentarle por la concupiscencia, es decir por el desorden del corazón, del que parten los malos pensamientos, adulterios, mentiras, odios...(Mc 7,21). La persona del Hijo de Dios, al asumir la naturaleza humana en su persona divina, no podía menos de ejercer sobre ella un dominio total; por eso no podía haber en la naturaleza humana de Jesús nada de deseo de pecado, ni componendas, contubernios, pactos ni transacciones entre Dios y el Diablo. Jesús sólo podía ser tentado, como lo fue, por el mundo, en que vivía, y por el Diablo.

El Demonio tienta a Cristo por la vía del engaño, proponiendo una forma de realizar su misión mesiánica por un camino humanamente razonable, distinto del camino de las bienaventuranzas y sin la exigencia del sacrificio de la cruz, queridos por el Padre. Le sugiere el camino de una vida tranquila con las necesidades corporales bien satisfechas (lo que representa la primera tentación), con el éxito social de milagros espectaculares (segunda tentación) y por el poder que dan la riqueza y la autoridad política (tercera tentación). Jesús no cae. Jesús salvará al hombre por el camino del siervo: “Tomó la condición del esclavo y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Flp 2,7-8).

Nuestro camino de salvación no es distinto. Lo reflexionamos la semana pasada. Exige esfuerzo, exige violencia contra sí mismo, exige renuncia a cosas que nos gustan, exige penitencia y sacrificio, exige enfrentar modos de pensar y obrar socialmente “correctos”.

Por eso el ideal de vida cristiana no hay que ponerlo en una vida sin luchas ni dificultades. “La vida del hombre sobre la tierra es una guerra” (Jb 7,1). Más de una vez he aludido a las metáforas o comparaciones deportivas que San Pablo emplea. Podemos adoptar esta forma de expresión, pero en todo caso debemos esforzarnos por ser más pacientes, más caritativos, hacer mejor nuestra oración, dominar mejor nuestras pasiones… sufrir con más tranquilidad nuestras enfermedades, nuestros fracasos, esperar nuestra muerte con más tranquilidad y lucidez. Y además lo bueno que hacemos debemos luchar para hacerlo cada vez mejor. Siempre con esfuerzo, siempre en lucha, nunca bajando la guardia.

La Cuaresma es un tiempo de gracia, de perdón y misericordia en Dios y de conversión en nosotros. Pero el esfuerzo espiritual no puede ser suscitado ni mantenerse sin la ayuda de Dios, sin la gracia. Y el medio normal para obtener la gracia es la oración. Todo esfuerzo de conversión necesita de la oración. Cada uno se pregunte: ¿Doy a la oración el tiempo que doy a las cosas importantes? Actividad normal del cristiano es la de orar. Orar es hablar con Dios y Dios ha hablado y sigue hablando en la Escritura, que es palabra viva de Dios, que la sigue pronunciando. “La tierra está totalmente desolada porque no hay nadie que medite en su corazón (Jer 12,11). Una buena práctica cuaresmal sería orar cada día una página de la Biblia y dejarme interpelar.

La coherencia con la oración me exigirá probablemente cambiar en algo y todo cambio de conducta requiere sacrificio, renuncia y esfuerzo.

Normalmente hay en todos alguna situación o algún defecto o la falta de una virtud que es causa de pecados frecuentes y faltas en mis relaciones familiares, laborales o sociales, o en mi relación con Dios o con la Iglesia. Son como cuellos de botella que impiden al Espíritu de Dios llenar y apoderarse plenamente de nuestro espíritu. Sobre tal punto hagan un esfuerzo especial y pidan al Señor la gracia de superarlo.

Tentaciones corrientes hoy son la falta de reflexión sobre lo fundamental, sobre el sentido de la vida, sobre la verdad del hombre y de Dios, de la Iglesia y del bien moral.

Que esta cuaresma sea una ocasión de afirmarnos en nuestro caminar cristiano cargando nuestra cruz.
...


Acceda a otras Homilías AQUÍ.



1 comentario:

Anónimo dijo...

Que linda verdad!!! cuanta claridad en las palabras del padre Galdeano que escribió todo lo descrito para reflexionar, gracias a Dios que nos permite leer tanta claridad. Si definitivamente existe el maligno que no descansa y quiere arrebatar corazones, para desisitir del camino como quiere molestar y distraer el alma de su centro, que exista en nuestros corazones donde habita sólo Dios mucha espiritualidad y gracia divina para poder seguir la voluntad de Dios.
Sí, definitivamente la vida del hombre en donde esté requiere sacrificio, renuncia! a si mismo y mucho esfuerzo en la lucha, la gracia de Dios la bondad y el amor de nuestra madre María nos protejan de todo mal y nos de fuerzas y ánimo para ser lucha y no obstáculo, para ser luz en la oscuridad o poca claridad, para ser verdad en la confusión, para dar no recibir mucho, para comprender no cerrarse, y mucho más, así sea +*
Diso bendiga a la comunidad Jesuita y toda comunidad en esta cuaresma para dar mas luz a muchas almas en su voluntad, amén